martes, 19 de octubre de 2021

Los dioses astrales: Hówen y devas


 Izquierda: K’terrnen, el “hombre-luz”, dios-símbolo de la inauguración de un nuevo ciclo (Fotografía de Martin Gusinde, 1923). Derecha: El dios Shiva como Chandrashekhara. Dinastía chola (Ca. 850 – Ca. 1279). (Brooklyn Museum, 2007).


En Tierra del Fuego (Karukinka), en el extremo austral de Chile, como en el eje Tíbet-India (Bhaarat), se ha preservado a través de los mitos y de las tradiciones mágico-religiosas, el conocimiento de los dioses descendidos del cielo, del firmamento, quienes han creando tanto las condiciones para la vida en los ignorados ciclos del tiempo en la Ante-Historia o bien, como formuladores de la civilización en los ciclos de tiempos históricos.

Los dioses irrumpen desde otra dimensión, desde otro espacio-tiempo fuera del mundo, para irradiar la sabiduría y los conocimientos: El Fuego Sacro.

Son las Ciencias Sagradas de los hombres-dioses y sus descendientes.

La civilización polar de los aryas.

La trimurti hinduista de Vishnu, Shiva y Brahma, procedente de Bihar, en la Región de Terai, India (Siglo X). (Los Angeles County Museum of Art).

Dos Sho’ort (Fotografía de Martin Gusinde, 1923).

Devas labrados en piedra en las paredes del templo de Kailasanathar, en Kānchipuram, en el Estado de Tamil Nadu, en India.

Representación de dos Koshménk (Fotografía de Martin Gusinde, 1923).


La presencia de los dioses significa siempre el regreso a la luz a la Tierra. Es decir, al Mapu Tremo en la tradición patagónica-araucana, esto es, el “país hermoso, sin defecto, completo y tranquilo” –de acuerdo a la fundamental concepción cronológica comunicada por Vicente R. Liberona a Roberto Rengifo (Véase la Reseña histórica desde que América fue poblada hasta su Descubrimiento en los Extractos de Actas de la Sociedad Científica publicada en Santiago de Chile en 1920)–, símil del Paradesha del Satya Yuga (कृत युग), la Edad Dorada en la tradición brahmánico-hinduista.

El Paraíso.

Ahora bien, desde la más remota antigüedad, tanto en Tierra del Fuego como en el eje Tíbet-India, los dioses han sido representados con largos “tocados”, hecho que encubre una característica distintiva: Los cráneos alargados.

Son los hówen-“espíritus” y los devas-asuras (Daivi sampad), respectivamente, deidades astrales –extraterrestres– que han descendido, materializándose por un tiempo, en el mundo, en la historia de los hombres, para impulsar o reimpulsar, de manera ritual, mágicamente, el tiempo del Fuego Sagrado (Jauke-Agni).

Es el inicio de un nuevo ciclo. El nuevo Sol.

Esta lejanísima relación cultural entre el sustrato antártico-andino e himaláyico, se comprueba por medio del culto solar de Kre y Surya –respectivamente– y de la estrella de Venus, es decir, Kankáiyuš de la tradición selk’nam y Shukrá del hinduismo.

Rafael Videla Eissmann
19 de Octubre de 2021

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domingo, 12 de septiembre de 2021

Una figura prehispánica de Colombia con un nemes o “tocado” real de los faraones


Tapa de urna con una figura antropomorfa prehispánica de la Región de Tumaco, en Colombia, que posee una especie de “tocado” similar al nemes de los faraones (Colección del Museo Nacional de Antropología, en Bogotá).


En el excelente documental Mystery of the Cocaine Mummies (“El misterio de las momias con coca”. Channel 4, 1996) se ha abordado la presencia de residuos de coca y tabaco en momias egipcias. Fue en 1992 cuando la Doctora Svetlana Balavanova descubrió que el cuerpo de la sacerdotisa Henut Taui –la Señora de las Dos Tierras– del templo de Horus en Tebas, contenía altas sumas de cocaína (coca) y nicotina (tabaco), especies exclusivas de América del Sur en la antigüedad –su estudio fue publicado en el Naturwissenschaften (79, 1992) del Institut für Anthropologie und Humangenetik der Ludwig-Maximilians-Universität de Münich – (http://losvikingosenamerica.blogspot.com/2020/06/el-misterio-de-las-momias-con-coca.html).

Significativamente, la momia de Henut Taui no es la única con muestras de nicotina: Se encuentra asimismo en momias de Sudán, China, Alemania y Austria.

Nuestra apreciada investigadora Ruth Rodríguez Sotomayor ha publicado un interesantísimo estudio titulado Relaciones ancestrales de Preamérica y Egipto. El runa simi en Egipto. Análisis de la fonética de los nombres egipcios (ACCI [Asociación Cultural y Científica Iberoamericana], Madrid 2018).

Nosotros hemos observamos en “Hombres-pájaros”: Chile-Egipto (http://losvikingosenamerica.blogspot.com/2020/06/hombres-pajaros-chile-egipto.html), una remotísima relación iconográfica entre la representación del “hombre-pájaro”, es decir, de los antupainkos, los habitantes del Wenu Mapu de la tradición araucana y una particular figura trazada en la cabecera del sarcófago de la sacerdotisa Henut Taui del templo de Horus en Tebas.

Ciertamente, el epíteto de los Hijos del Sol contiene una clave fundamental del carácter civilizador de estas remotísimas culturas.

Ahora, una interesantísima figura otorga una relación más: Se trata de una figura antropomorfa en una tapa de urna que porta un “tocado” muy parecido al nemes egipcio.

Estatua colosal de Faraón sentado, de la Dinastía XII en el reinado de Amenemhat II o posiblemente Senwosret II (Staatliche Museen zu Berlin, Ägyptisches Museum und Papyrussammlung).


La tapa de la urna fue descubierta en río Sinú, en la Región de Tumaco, en Colombia (Colección del Museo Nacional de Antropología, en Bogotá).

La imagen fue publicada en la obra de Franco Monti, Terrecotte precolombiane (“Terracota precolombina”. Fabbri Editori. Milano, 1984).

El nemes era un símbolo distintivo de los dioses –en la vida y en la muerte–.

Los Hijos del Sol-Ra.

Rafael Videla Eissmann
10 de Septiembre de 2021


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domingo, 18 de julio de 2021

El Bodhisattva Avalokitesvara


Representación del Bodhisattva Avalokitesvara en las Cuevas de Ajanta (Ca. Siglo II a. C.).
Su corona es similar al k’ochel del Háin de los selk’nam.


En el artículo anterior –K’ochel. Emblema de los hombres– se ha abordado el significado de una vincha tocado o iniciático entre los selk’nam –el k’ochel o goulchelg– y entre los antiguos mexicas.

Este mismo tocado se puede observar en una representación en las Cuevas de Ajantā (Ca. Siglo II a. C.) del Bodhisattva Avalokitesvara –conocido como Padmapāni–, es decir “Señor que mira hacia abajo”.

Ajantā es una localidad en el Distrito de Aurangabad, en el Estado federado de Maharashtra, en India.

Avalokitesvara es el arya Lokiteśvara, el “Gobernador” o “Soberano” santo que sostiene el mundo (loka) –el “Rey del Mundo” de la tradición occidental–.

En la Tierra, una de las manifestaciones de Avalokitesvara es Su Santidad el Dalai Lama.

En la representación de Ajanta, Avalokitesvara aparece con perlas y atributos tradicionales indios y porta en su cabeza una magnífica corona, que resulta extraordinariamente similar al k’ochel y a los tocados de la nobleza mexica –véanse las ilustraciones de Acamapichtli (1299-1395), primer huey tlatoani, rey de los mexica y de Motecuçuma,  último rey de los mexicanos en el Codex Ramírez (1585) y por cierto, a los tocados cónicos de los dioses –el Ocelocopilli de Mesoamérica–.

Los símbolos, emblemas y tradiciones de los antiguos centros cúlticos solares y venusinos de estas regiones revelan la unidad del origen y la expansión a escala global de la raza primigenia.

Rafael Videla Eissmann
17 de Julio de 2021


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Se prohíbe su reproducción).

viernes, 11 de junio de 2021

K’ochel. Emblema de los hombres


El k’ochel o vincha triangular es un signo iniciático. Adviértase la similitud
entre Tierra del Fuego y Mesoamérica.


Un aspecto fundamental del rito iniciático háin de los extintos selk’nam del extremo austral de Chile era la comunicación de la cosmovisión preservada y transmitida por los Chan-Ain (“Palabra-Padre”), es decir, los “padres de la palabra” o guardianes de la tradición sagrada mítico-mágica (Lailuka) del Clan de la Rama Sagrada.

En este sentido, el iniciado o klóketen tras el éxito de las pruebas, recibía un símbolo de hombría: Una vincha triangular de piel de guanaco llamado k’ochel –conocido también como goulchelg–.

Guerreros selk’nam portando el k’ochel (Fotografías de Martin Gusinde, 1920).


De modo significativo, este símbolo iniciático se encuentra en la tradición mesoamericana, especialmente en la nobleza del sustrato azteca, hecho que refuerza la concepción fundamental trazada por el profesor Roberto Rengifo en Noticias y comentarios arqueológicos –primera parte de El Secreto de la América Aborigen (1919)– sobre la irradiación civilizadora de los primitivos chilis en el continente: (…) se esparcieron por el continente, marchando de sur a norte hasta México, y, progresando en lenguas y cultura con la distancia y los siglos.

Acamapichtli (1299-1395), primer huey tlatoani, rey de los mexica, quien afianzó la alianza entre Mexihco-Tenochtitlán y Azcapotzalco. Se trata de un aborigen blanco. Ilustración en el Codex Ramírez (1585).

Motecuçuma 2º deste nombre. Ultimo rey de los mexicanos. El último rey de los mexicas, vistiendo la túnica sacerdotal y portando un Xonecuilli. Es un hombre blanco y barbado. Ilustración en el Codex Ramírez (1585).


En consecuencia, campos como la concepción cronológica de la sucesión de los soles o grandes eras, símbolos como el emblema de Sol o tetraskélion y el Signo Escalonado, el conocimiento del Ajna Chakra o “Tercer Ojo” y el emblema de los dioses –el tocado cónico llamado Ocelocopilli–, conforman un claro testimonio de una unidad originaria que abarca desde Tierra del Fuego a Mesoamérica y que antecede a toda noción historiográfica y cronología arqueológica, enraizándose en la tradición de los hombres-dioses y de su civilización prediluvial –es decir, anterior al último Tripalafquen o Diluvio, esto es, el impacto del “Cometa Clovis” en ±12.900– y cuyos vestigios corresponden a estos campos resguardados por sus descendientes y por ulteriores grupos culturales que preservaron el recuerdo de los Dioses Blancos, la raza civilizadora primordial.

Rafael Videla Eissmann
8 de Junio de 2021


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martes, 1 de junio de 2021

Ocelocopilli. Emblema de los dioses


Izquierda: Matán, uno de los hówen o “espíritus” (dioses) de la ceremonia mágica-iniciática Háin de los selk’nam de Tierra del Fuego (Fotografías de Martin Gusinde, 1923). Centro: Figura antropomórfica con casco cónico descubierta en el sur de Chile (Museo Chileno de Arte Precolombino). Derecha: Quetzalcóatl, dios particular de los chulula. Quetzalcóatl, la divinidad del pueblo chulula, en México, portando el Ocelocopilli, un escudo y un cuchillo curvo. (Ilustración en el Codex Ramírez, 1585).


Los tocados cónicos son un factor característico en la iconografía de los dioses precolombinos. Se trata, en la tradición mesoamericana, del Ocelocopilli, confeccionado en piel de tigre y adornado con piedras preciosas y que corresponde a un símbolo asociado a Venus, la Patria Celeste de los “Poderosos del Cielo”, los  kukulkanes-quetzalcóhuatles y que en Tierra del Fuego fueron conocidos como hówen, la raza astral que descendió del firmamento y generó las condiciones de vida en el planeta.

A lo largo y ancho del continente, es posible observar este singular emblema en las deidades civilizadoras como tocados o cascos cónicos, y que encubre en realidad la característica de los cráneos “alargados” que se encuentran en América –y por cierto, en el resto del globo–.

Con propiedad, se puede reconocer en esta insignia uno de los emblemas de los Dioses Blancos, los dioses extraterrestres de la tradición ancestral.

Ulteriormente, sus descendientes –los hijos de los ídolos de acuerdo al registro del conquistador Pedro Pizarro en la Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú (1571)– plasmarán este atributo en las distintas manifestaciones del arte precolombino, preservando así la clave del origen:

Allá se reunieron a esperar que amaneciera

y a observar la salida de la estrella que llega primero

delante del Sol, cuando este está a punto de amanecer.

“De allá venimos, pero nos hemos separado”,

decían entre sí.

(Popol Vuh. Tercera parte)


Rafael Videla Eissmann
23 de Mayo de 2021


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lunes, 24 de mayo de 2021

Los dioses del polo antártico


Izquierda: K’terrnen, el «Ser-de-Luz» de la tradición mágico-esotérica del Háin de los selk’nam de Tierra del Fuego, en el extremo austral de Chile (Fotografía de Martin Gusinde, 1923). Derecha: Representación huasteca-azteca del dios Quetzalcóatl como Señor de Venus (Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México).


A la luz de la trascendental concepción del profesor Roberto Rengifo trazada en Noticias y comentarios arqueológicos, la primera parte de El Secreto de la América Aborigen (1919), sobre la irradiación civilizadora de los primitivos chilis o chiliches en el continente –se esparcieron por el continente, marchando de sur a norte hasta México, y, progresando en lenguas y cultura con la distancia y los siglos– se comprende la notable similitud en las representaciones de los dioses –esto es, los “héroes culturales” en el lenguaje antropológico–, los difusores de las Ciencias Sagradas –como la astronomía, la agricultura, la metalurgia y el “arte del buen gobierno”–.

El profesor Rengifo ha escrito: Se me figuró que esta idea del Sol fecundo, caminando hacia el norte, a través de Sudamérica, atravesando el istmo [de Panamá], y llegando a México, había tomado aquí la forma de tetralogía, descomponiéndose en los cuatro elementos de las primeras filosofías, escritas después por los griegos: El Sol del Aire, el Sol del Agua, el de la Tierra o fecundidad también, y por último el Sol del Fuego.

Estos “soles” son una metáfora de la naturaleza creadora (“alquímica”) de la estirpe solar.

Es la marcha civilizadora de los deidades venusino-solares –los Hijos del Sol, del Antü-K’iin-Tonatiuhtéotl, Dios-Sol–, surgidos del Polo Sur, de la apertura antártica, el gran centro de la humanidad blanca y clara, antes de la última gran catástrofe –iniciada ±580.000 años atrás de acuerdo a la Cosmogonía Glacial (1913) de Hans Hörbiger y Philipp Fauth–.

La iconografía prehispánica ha preservado –a pesar de la sistemática destrucción emprendida por los agentes de la religión monoteísta medioriental y su “Extirpación de las Idolatrías– las huellas de esta remota irradiación, como se observa por ejemplo en la similitud entre el dios-hówen K’terrnen de Tierra del Fuego –el Lu-che, u “Hombre” o “Ser de Luz” de los araucanos– y la representación escultórica huasteca-azteca de Quetzalcóatl (Quetzalcóhuatl)-Kukulkán como Señor de Venus –el “dios venido del cielo”–, portando el Ocelocopilli o tocado cónico, símbolo precisamente de Venus, Gran Estrella o Icoquih, Yephun-Oiehuen, la Patria Astral de los ancestros.

Rafael Videla Eissmann
23 de Mayo de 2021


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viernes, 14 de mayo de 2021

La tradición de los cinco soles en el kultrún y el Ollin Tonatiuhtlan


Analogía fundamental. El kultrún o tambor sagrado de los machis y el Ollin Tonatiuhtlan o “Sol de Movimiento” (Colección del Aula de Arte Nuestros Pueblos Originarios de la Universidad Católica de Chile / Fotografía de Rafael Videla Eissmann, 2018 y Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, respectivamente).


La premisa fundamental trazada por el profesor Roberto Rengifo en El Secreto de la América Aborigen, Noticias y comentarios arqueológicos (1919) en torno a la irradiación de la primitiva civilización andina desde Chile al resto del continente –fue el centro u origen de las primeras civilizaciones que se esparcieron por el continente, marchando de sur a norte hasta México, y, progresando en lenguas y cultura con la distancia y los siglos. Se ve que la lengua se formó completamente en Chiloé y Llanquihue entre los huilliches (Cañas Pinochet), y que así como el salvajismo aumenta hasta el Cabo de Hornos, la cultura se ve, a pasos, alcanzar de sur a norte el grado que manifiestan las ideas escritas en el Chalinga. Natural es que de aquí siguiera la misma dirección y progreso hasta el Titicaca y, desde ahí para adelante se estancara en la zona tropical, excepto en las alturas andinas, y tomara nuevo vigor en el mar Caribe, arribara a Yucatán y siguiera más allá de México– se corrobora en Mesoamérica por medio de diversos campos como el culto al Ajna Chakra o “Tercer Ojo”, las construcciones piramidales y el culto ancestral a los Dioses Blancos –los viracochas y kukulkanes-quetzalcoatles, respectivamente–. En este sentido, un campo esencial de esta irradiación se observa en el sistema de medición del tiempo.

Y más apropiadamente, en una analogía fundamental: El kultrún o tambor ceremonial de los machis o shamanes araucanos, en su perspectiva horizontal es un registro del tiempo, encontrándose dividido en cuatro grandes segmentos –Meli Wintran Mapu– en los cuales es posible apreciar cuatro tetraskeliones o “soles en movimiento” que equivalen a las cuatro edades o cuatro “soles”. 

Quinturay Raypán ha expresado que los tetraskeliones en el kultrún, corresponden a los cuatro soles, porque se han visto cuatro soles. Y que el espacio central del kultrún es el Quinto Sol o época o tiempo actual (Colección del Aula de Arte Nuestros Pueblos Originarios de la Universidad Católica de Chile / Fotografía de Rafael Videla Eissmann, 2018).

En tanto, el Ollin Tonatiuhtlan –es decir, “Tonatiuhtlan de Ollin” o “Sol de Movimiento”– o Piedra de los Soles, conocida erróneamente como calendario azteca, es una representación de las creaciones y destrucciones del mundo.

Así, se puede apreciar en su centro, en el primer círculo, el rostro de Tonatiuh como Nahui Ollin –“Movimiento”– o Quinto Sol. En el segundo círculo aparecen en los cuadrángulos, los cuatro soles o edades anteriores, ya destruidos: Nahui Ehecatl, Nahui Ocelotl, Nahui Atl y Nahui Quihitl. Su lectura comienza en el cuadrángulo superior de la derecha; luego arriba a la izquierda; abajo izquierda y por último, abajo a la derecha. Es decir, presenta un sentido levógiro o contrario a las manecillas del reloj. El tercer círculo contiene los glifos de los días; el cuarto círculo, con piedras preciosas como chalchíhuitl y xíhuitl –jades y esmeraldas–; el quinto círculo describe los rayos solares; y el sexto y último círculo posee dos Serpientes de Fuego o Xiuhcoatl, frente a frente, completando el círculo como símbolo de totalidad –¿un símil de la lucha entre ThrengThreng, la serpiente de las montañas y KaiKai, la serpiente de las aguas del Mythos diluvial de los antiguos araucanos?–.

Por cierto, estas antiquísimas relaciones entre la América del Sur y Mesoamérica fueron observadas por el arqueólogo Arthur Posnansky en Conexiones prehistóricas México-centroamericanas con la antigua Metrópolis de los Andes, estudio presentado en el VII Congreso Científico Panamericano (1932) y en el capítulo IV, Puntos de contacto lingüístico y dogmático en la América Prehispánica de su obra El pasado prehistórico del Gran Perú (1940) .

Las huellas de la cultura de los chili-viracochas y sus proyecciones –las primeras civilizaciones que se esparcieron por el continente, marchando de sur a norte hasta México, y, progresando en lenguas y cultura con la distancia y los siglos–, se descubren en las relaciones míticas y en numerosos campos arqueológicos como se observa en la tradición hierática de los cinco soles –el kultrún y el Ollin Tonatiuhtlan–.

Rafael Videla Eissmann
13 de Mayo de 2021


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