lunes, 24 de mayo de 2021

Los dioses del polo antártico


Izquierda: K’terrnen, el «Ser-de-Luz» de la tradición mágico-esotérica del Háin de los selk’nam de Tierra del Fuego, en el extremo austral de Chile (Fotografía de Martin Gusinde, 1923). Derecha: Representación huasteca-azteca del dios Quetzalcóatl como Señor de Venus (Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México).


A la luz de la trascendental concepción del profesor Roberto Rengifo trazada en Noticias y comentarios arqueológicos, la primera parte de El Secreto de la América Aborigen (1919), sobre la irradiación civilizadora de los primitivos chilis o chiliches en el continente –se esparcieron por el continente, marchando de sur a norte hasta México, y, progresando en lenguas y cultura con la distancia y los siglos– se comprende la notable similitud en las representaciones de los dioses –esto es, los “héroes culturales” en el lenguaje antropológico–, los difusores de las Ciencias Sagradas –como la astronomía, la agricultura, la metalurgia y el “arte del buen gobierno”–.

El profesor Rengifo ha escrito: Se me figuró que esta idea del Sol fecundo, caminando hacia el norte, a través de Sudamérica, atravesando el istmo [de Panamá], y llegando a México, había tomado aquí la forma de tetralogía, descomponiéndose en los cuatro elementos de las primeras filosofías, escritas después por los griegos: El Sol del Aire, el Sol del Agua, el de la Tierra o fecundidad también, y por último el Sol del Fuego.

Estos “soles” son una metáfora de la naturaleza creadora (“alquímica”) de la estirpe solar.

Es la marcha civilizadora de los deidades venusino-solares –los Hijos del Sol, del Antü-K’iin-Tonatiuhtéotl, Dios-Sol–, surgidos del Polo Sur, de la apertura antártica, el gran centro de la humanidad blanca y clara, antes de la última gran catástrofe –iniciada ±580.000 años atrás de acuerdo a la Cosmogonía Glacial (1913) de Hans Hörbiger y Philipp Fauth–.

La iconografía prehispánica ha preservado –a pesar de la sistemática destrucción emprendida por los agentes de la religión monoteísta medioriental y su “Extirpación de las Idolatrías– las huellas de esta remota irradiación, como se observa por ejemplo en la similitud entre el dios-hówen K’terrnen de Tierra del Fuego –el Lu-che, u “Hombre” o “Ser de Luz” de los araucanos– y la representación escultórica huasteca-azteca de Quetzalcóatl (Quetzalcóhuatl)-Kukulkán como Señor de Venus –el “dios venido del cielo”–, portando el Ocelocopilli o tocado cónico, símbolo precisamente de Venus, Gran Estrella o Icoquih, Yephun-Oiehuen, la Patria Astral de los ancestros.

Rafael Videla Eissmann
23 de Mayo de 2021


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