En su obra Los chiles (1921) –tercera parte de El Secreto de la América Aborigen– el profesor y arqueólogo Roberto Rengifo propugnó el génesis de la humanidad en la Antártida, asentando así la sugestión consecuente del origen antártico de la civilización. Contraviniendo los dogmas de la arqueología e historiografía ortodoxa, el profesor Rengifo ha señalado que la civilización nació en América y fue de sur a norte; este es el principio fundamental que propongo, y que según creo, es verídico, y aclara y evidencia todos los hechos arqueológicos.
Puede ser que más tarde aparezca en Australia otro principio más comprensivo, que nos explique hasta el origen polar antártico de la humanidad, desarrollada en su casquete de tierras hoy dislocado.
En efecto, ulteriores pesquisas a lo largo del siglo XX han permitido reforzar en base a la evidencia arqueológica la concepción trazada por el profesor Rengifo acerca del núcleo emanado del Polo Austral y su proyección en las masas continentales más próximas: La iconografía mítico-simbólica de los dioses-espíritus tanto del cono austral de América del Sur como de Australia son extraordinariamente parecidas. Se trata fundamentalmente de las representaciones de los wari wira qucha runa (huaracocha/viracochas) de los Andes y de los wanjina (wondjinas) y gulingi de Australia, portentosos seres descendidos del firmamento que crearon el paisaje y a los seres vivos y que posteriormente instruyeron a los hombres en las Ciencias Sagradas –el impulso vital de la civilización–.
Las características de los dioses-espíritus en ambos continentes es similar: Son figuras antropomorfas con el rasgo distintivo de rayos o auras luminosas proyectándose desde sus cabezas –“halos” ha especificado Erich von Däniken– y ojos grandes y redondeados.
Tanto en América del Sur como en Australia, las tradiciones ancestrales refieren a que estos dioses-espíritus fueron los portadores y difusores de las Ciencias Sagradas, enseñando a los hombres los conocimientos y técnicas de la caza, la agricultura, la observación de las estrellas –entre otros campos–.
Estas representaciones plasmadas en el arte rupestre, en manifestaciones líticas, cerámicas y textiles, son reflejos tardíos de antiguos grupos que buscaron perpetuar la memoria sagrada de los dioses-espíritus descendidos del cosmos.
Significativamente, tanto los viracochas como los wondjinas y gulingi, volvieron al firmamento tras haber comunicado sus enseñanzas.