domingo, 5 de julio de 2020

Bep-Kororoti


El dios Bep-Kororoti.


Extraordinario registro visual de Bep-Kororoti, deidad que descendió del firmamento para entregar conocimientos a la tribu de los kayapó en las tierras planas de Mato Grosso y de Pará, en Brasil.

A continuación, el registro sobre Bep-Kororoti hecho por Kuben-Kran-Kein –antiguo consejero de la tribu, llamado Gway-Baba, el “sabio”– y consignado por João Américo Peret en el poblado de Gorotire, a orillas del Fresco y reproducido por César Reyes de Roa:

Nuestro pueblo vivía en una gran llanura muy lejos de aquí y desde donde podía verse la cordillera Pukato-Ti, cuyas cimas estaban siempre ocultas por la niebla de la incertidumbre, y continúan estándolo hasta nuestros días. El Sol, cansado después de su larga caminata diaria, se recostó sobre el césped detrás del monte y Mem-Baba, el descubridor de todas las cosas, cubrió el cielo con su manto bordado de estrellas. Cuando cae una estrella, Memi-Keniti cruza el cielo, la recoge y la vuelve a colocar en su sitio. Esta es su función, es el eterno vigilante.

Un  día, llegó a la aldea un visitante desconocido. Se llamaba Bep-Kororoti y venía de la cordillera Pukato-Ti. Vestía un bo (el traje de paja) que lo cubría de pies a cabeza. En la mano portaba un kop, arma que lanzaba rayos. Todos los de la aldea huyeron al monte aterrorizados, los hombres corrieron a proteger a mujeres y niños y algunos intentaron rechazar al intruso, pero sus armas eran insuficientes; cada vez que con ellas tocaban a Bep-Kororoti, caían inmediatamente derribados. El guerrero venido del cosmos se divertía al ver la fragilidad de sus adversarios. A fin de darles una demostración de su fuerza, alzó su kop y, apuntando sucesivamente a un árbol y a una piedra, destruyó ambos.

Todos comprendieron que Bep-Kororoti había querido demostrarles que no había venido a hacer la guerra.


Así, durante un buen tiempo, no hubo mayores problemas. Los guerreros más valientes de la tribu intentaron oponer resistencia, pero a la postre fueron viendo que Bep-Kororoti les estaba resultando cada vez más imprescindible, además, no molestaba a nadie. Poco a poco fueron sintiéndose atraídos hacia él. Su hermosura, la blancura resplandeciente de su piel, su afectuosidad y bondad para con todos fueron gradualmente cautivando a aquellas gentes. Todos fueron experimentando una sensación de seguridad y fueron haciéndose sus amigos.

Bep-Kororoti comenzó a tomar afición al manejo de nuestras armas y empezó a aprender el arte de la caza. Al final, sus progresos habían sido tan grandes que llegó a aventajar a los más diestros de la tribu y sobrepasaba en valor a los más valientes de los nuestros, y así fue como al poco tiempo, Bep-Kororoti fue aceptado como guerrero de la tribu y una joven lo escogió como esposo y se casó con él.

Tuvieron varios hijos y una hija a la cual pusieron por nombre Niopouti.

Bep-Kororoti era más inteligente que los demás y pronto empezó a enseñar cosas desconocidas para aquellas gentes. Enseñó a los hombres a construir un Ng-obi, esta asociación masculina con que hoy cuentan todos nuestros poblados. En ellas, los hombres relataban sus aventuras a los jóvenes y así ellos aprendían cómo debían comportarse ante los peligros e iban formando su criterio. La asociación masculina era en realidad una escuela y Bep-Kororoti su maestro.

En el Ng-obi se hacían trabajos manuales y se perfeccionaban las armas, y todo se lo debíamos al gran guerrero del cosmos. Fue él quien fundó la “Gran Cámara” donde se discutían todos los asuntos de la tribu y así se logró una mejor organización, lo que facilitó la vida y el trabajo de todos.

A menudo los jóvenes se resistían a ir al Ng-obi. Entonces Bep-Kororoti se ponía su bo y salía en busca de los rebeldes obligándolos a cumplir con su deber.

Cuando la caza se hacía difícil, Bep-Kororoti traía su kop y mataba los animales sin herirlos. Siempre el cazador tenía derecho a reservarse para sí la mejor presa, pero Bep-Kororoti, que no se alimentaba con la comida del poblado, pues sólo tomaba lo imprescindible para la alimentación de su familia.

Sus amigos no compartían su opinión, pero él no alteraba su forma de proceder.

Pero, a medida que transcurrían los años, Bep-Kororoti comenzó a comportarse de un modo diferente. Empezó a eludir a los demás; quería permanecer en su choza. Cuando salía de su morada, se dirigía siempre a las montañas de Pukato-Ti, desde donde había venido. Pero un día no pudo resistir más a su anhelo interior y abandonó el poblado. Reunió a su familia; sólo faltaba Nio-Pouti que andaba fuera del poblado. Partió precipitadamente. Pasaban los días y Bep-Kororoti no aparecía. Hasta que un día se presentó nuevamente en la plaza de la aldea y lanzó un terrible grito de guerra. Todos pensaron que se había vuelto loco y trataron de calmarlo, pero él se resistía a los que pretendían acercársele. Bep-Kororoti no hizo uso de su arma, pero su cuerpo se estremecía y el que lo tocaba caía muerto. Uno tras otro iban cayendo los guerreros.

La lucha se prolongó durante días enteros ya que los guerreros derribados volvían a levantarse nuevamente y trataban de dominar a Bep-Kororoti. Lo persiguieron hasta la cumbre de la montaña. Y ahí sucedió algo tremendo que dejó a todos espantados. Bep-Kororoti volvió hasta los primeros contrafuertes de la cordillera. Con su kop destrozó todo lo que había a su alrededor. Cuando llegó a la cumbre de la cordillera. Había reducido a polvo árboles y matorrales. Entonces se produjo una formidable explosión que conmovió toda la región y Bep-Kororoti desapareció en el aire en medio de nubes llameantes, humo y truenos. La tierra se había estremecido de tal manera que había hecho saltar hasta las raíces de las plantas y había arruinado los frutos silvestres; la selva desapareció de modo que la tribu empezó a sentir hambre.

Nio-Pouti, la hija de Bep-Kororoti, que se había casado con un guerrero y había dado a luz un hijo, dijo a su marido que ella sabía dónde podrían hallar alimento para todo el pueblo, pero que deberían acompañarla a la cordillera de Pukato-Ti. Ante los ruegos de Nio-Pouti, su esposo cobró valor y la siguió hasta la región de Mem-Baba-Kent-Kre donde buscó un árbol especial y se sentó en sus ramas con su hijo en la falda. En seguida, pidió a su marido que tirara las ramas hacia abajo hasta que sus puntas tocasen el suelo. Cuando esto sucedió, se produjo una gran explosión y Nio-Pauti desapareció entre nubes, humo y polvo, rayos y truenos.

El esposo aguardó unos días, estaba desmoralizado y deseaba morir de hambre cuando de pronto escucha un estruendo y ve que el árbol está nuevamente en su lugar original. Su sorpresa era grande; ahí estaba de nuevo su mujer y con ella Bep-Kororoti, y traían grandes cestos llenos de alimentos que él jamás había visto.

Después de algún tiempo, el hombre del cosmos volvió a sentarse en el árbol fantástico y ordenó otra vez flexionar las ramas hasta tocar el sueño. Se produjo una explosión y el árbol volvió a desaparecer en el aire. Noi-Pouti volvió con su marido al poblado y dio a conocer un mensaje de Bep-Kororoti: Todos debían emigrar para construir sus aldeas frente a Mem-Baba-Kent-Kre, lugar donde encontrarían alimento.

Noi-Pouti agregó que debían guardar las semillas de frutos, legumbres y arbustos hasta la época lluviosa y sembrarlas entonces para tener una nueva cosecha. Así comenzó nuestra agricultura… Nuestro pueblo emigró al Pukato-ti y allí vivió en paz; las chozas de nuestras aldeas se hicieron cada vez más numerosas y, desde las montañas, se las veía tocar el horizonte…


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