martes, 1 de septiembre de 2020

Nicolás Palacios y la “Raza chilena”


Monumento al Roto Chileno, en Plaza Yungay, realizada por Virginio Arias en 1882. El “roto”, en realidad, es la genuina expresión del antiguo chileno cuya capacidades físicas y psicológicas permitieron la victoria en la Guerra del Pacífico contra la confederación peruano-boliviana.


Homenaje al doctor, etnólogo e historiador Nicolás Palacios
en el CLXVI aniversario de su natalicio

Nicolás Palacios (Colchagua, 9 de Septiembre de 1854 – Santiago, 12 de Junio 1911) concibió en su extraordinario trabajo titulado Raza chilena, publicado inicialmente de forma anónima en Valparaíso en 1904, la composición étnica de la nación chilena, develando su estructura psicológica y cultural bajo el audaz concepto de raza chilena, conformada por el elemento gótico-peninsular, por una parte y el araucano-aborigen, por otra.

Palacios fue un médico, un prolífero etnólogo pero sobre todo un gran defensor de Chile y sus habitantes. Fue el autor de La raza chilena. Su nacimiento. Nobleza de sus orígenes (1904), Raza chilena. Libro escrito por un chileno i para los chilenos (1904) –ambas aparecidas de forma anónima–; Colonización chilena: Reparos y remedios (1904), Colonización italiana: Inconvenientes para Chile y para Italia (1904), Decadencia del Espíritu de Nacionalidad (1908), Nacionalización de la Industria Salitrera (1908), ¡Alza chilenos! ¡Alerta chilenos! (Sin datos de publicación), Demografía gótica (¿Inédito? 1908) y Revisión en América de la historia el Viejo Mundo (¿Inédito? 1908).

De acuerdo a Palacios este sustrato gótico y araucano es –fue– la base de la población chilena, la cual hereda características fisiológicas y psicológicas únicas, siendo en consecuencia la raza chilena, un grupo peculiar que desde una perspectiva antropológica es esencialmente patriarcal y guerrero.

Certeramente, Palacios explica que nació nuestra raza como deben haber nacido todos los grupos humanos llamados razas históricas: De la conjunción del elemento masculino del vencedor con el femenino del vencido (…). En el nacimiento de la raza chilena se realizó aquel tributo de vírgenes que se refieren los poetas que cantan el origen de los pueblos. Sólo la raza germana y algunas de las mestizas de su sangre, han alcanzado el insigne honor de la chilena, de que sus orígenes fueran cantados por la epopeya, la más alta manifestación literaria de la poesía (Palacios, N. Raza chilena. Página 21).

A esta composición se agrega el factor psicológico: El carácter patriarcal de ambos grupos. A este respecto, Palacios ha escrito las siguientes líneas sobre los godos: ¿Por qué esa rabia particular de estos guerreros con las esculturas griegas? ¿Por qué profanaron los templos? ¿Por qué trataban tan cruelmente, sin oírlos, a los maestros de la juventud de todo el mundo romano?

¿Era odio al arte, odio a la Divinidad, odio a la sabiduría y a las letras de estos ignorantes contumaces, como me enseñaron en el Instituto Nacional y siguen enseñando a nuestros jóvenes? No, absolutamente.

La cólera terrible que armaba su brazo destructor, el desprecio o más bien el asco que sentían por los letrados, sacerdotes y dioses del Mediodía, tenían una sola, justa y sana causa: Era el horror invencible, inmenso a la corrupción sin freno ni límites que invadía hasta la médula a todo el mundo meridional entregado a su espada vengadora.

Antes de su invasión al imperio romano, los godos habían vivido largo tiempo en el sur de Rusia, desde los márgenes del Danubio hacia el oriente. Allí supieron por los comerciantes, por los viajeros, etc., la gangrena que corroía a sus vecinos del sur, por lo que siempre tomaron sus medidas para que la juventud godos no intimara con sus habitantes. Cuando formaron sus ejércitos y decidieron la invasión, venían penetrados de su papel de vengadores de la moral y del Todopoderoso, vilmente ultrajados por esa raza inferior de hombres afeminados y corrompidos. «No puedo detenerme, es Dios quien me impulsa hacia adelante», contestó Alarico a un santo ermitaño que le salió al paso a suplicarlo que no avanzara.

Pero cuando contemplaron de cerca el cuadro de aquella civilización tan decantada [la griega], su indignación no tuvo límites. El alma castísima y profundamente religiosa de los godos sufrió el más amargo y rudo choque a la vista de las esculturas de impudor repugnante y de hombres-animales que llenaban los sitios públicos y los destinados a la oración, y las cuales se les decían eran de los dioses. No es sensato exigir que esos hombres hubieran ido fijándose, para respetarlas, en las obras firmadas por Fidias, para que las edades futuras se deleitaran en su contemplación.

(…)

No eran los godos individuos que se pagaran de discursos; al contrario, por befa llamaban a los meridionales «lengua sin brazos», por lo que las peroraciones de los retóricos, cuyas costumbres conocían, servían más bien para exasperarlos, y así debe tenerse por un acto de moderación de su parte el que se hubieran limitado a echarlos a azotes de su presencia. Ni tampoco les imponían gran respeto la gravedad, la prosopopeya, el énfasis que gastaban los académicos latinos o griegos, a los cuales llamaban «adornos de banco», gente sólo «buena para mover los brazos en tiempo de paz y las piernas durante la guerra» (Palacios, N. La raza chilena. Su nacimiento. Nobleza de sus orígenes. Páginas 64-66).

Nicolás Palacios, el genial etnólogo que observó las peculiares características
de la antigua población nacional que le permitió determinar
la existencia de la raza chilena.


Y, sobre los araucanos, Palacios escribió: La guerra tenía para los araucanos cierto carácter sagrado. El general se hacía acompañar siempre por un sacerdote, no por un machi o médico adivino, sino por un nügue, con la investidura de supremo sacerdote o Nügue-Toqui, el cual, como los augures romanos, consultaba la voluntad divina en el vuelo de ciertos pájaros o en el aspecto de sus entrañas, antes de decidir una batalla. Todos los individuos del ejército, desde el Buta-Toqui hasta el último cona o soldado, se preparaban para entrar en campaña guardando la más severa abstinencia. Los que morían en el campo de batalla tenían asegurado un puesto en la Mansión Celeste, campo permanente de grandes y divinas batallas, como el empíreo escandinavo, que había sido, por tanto, el cielo de la religión de los godos en su etapa de barbarie, cuando tenían a Odín por suprema divinidad. La perorata de sus jefes antes de entrar en acción impresionaba y hacía derramar abundantes lágrimas a los combatientes (Palacios, N. La raza chilena. Su nacimiento. Nobleza de sus orígenes. Páginas 56 y 57).

Estos factores, pero especialmente la fusión étnica es lo que conforma la raza chilena la cual constituye, como adecuadamente observó Nicolás Palacios, una de las últimas, sino la última de las razas históricas llegadas al escenario del mundo (Palacios, N. Raza chilena. Página 717 ~ El destacado es nuestro).

Rafael Videla Eissmann
1º de Septiembre de 2020

Bibliografía

Nicolás Palacios
La raza chilena. Su nacimiento. Nobleza de sus orígenes. Imprenta Schaffer. Valparaíso, 1904 [Esta primera edición fue publicada de manera anónima].
_ Raza chilena. Libro escrito por un chileno i para los chilenos. Imprenta y Litografía Alemana. Valparaíso, 1904 [Esta primera edición fue publicada de manera anónima].
_ Raza chilena. Libro escrito por un chileno y para los chilenos (1904). Prólogo [Recuerdos íntimos] de Senén Palacios. Editorial Chilena. Santiago de Chile, 1918.


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