sábado, 20 de abril de 2019

Las ciudades de los dioses: Akakor y Akahim


El emblema de los ugha mongulala.


Tatunca Nara ha indicado –en el marco de nuestra expedición de Akakor Geographical Exploring liderada por Lorenzo Epis al Amazonas en Julio-Agosto de 2018– que la primera ciudad de los dioses, Akakor, se encuentra en los Andes amazónicos de Perú y Akahim, en tanto, en la zona septentrional del Amazonas, entre Brasil y Venezuela.

Se trata de ciudades subterráneas.

Las relaciones de las ciudades subterráneas como morada de los dioses y desde donde emana la remota civilización americana es un eco en varias tradiciones míticas prehispánicas, especialmente en el mundo andino. Estas tradiciones míticas tuvieron resonancia desde la Conquista y significaron numerosas expediciones y por cierto, se relaciona con la búsqueda emprendida por el coronel Percy Harrison Fawcett de la Ciudad Perdida de Z en el Amazonas pues esta constituía en su visión el asiento de una civilización pasada cuyos individuos eran de raza blanca. En relación con la ubicación de la Ciudad Perdida de Z, Fawcett creía encontrarla en el corazón del Amazonas y por ello, sus exploraciones se centraban en las regiones vírgenes aún desconocidas, puesto que todas las tribus indias superiores guardaban la tradición de gran civilización pasada, hacia el este, de una raza que puede haber engendrado a los incas, y aún al pueblo misterioso que dejó esas gigantescas ruinas que los incas invasores encontraron y adoptaron como propia (Fawcett, P. H. Exploración Fawcett. Página 266).

En tal sentido, Fawcett definió que las edificaciones megalíticas de Tiahuanaco, Ollantaytambo y Sacsaihuamán no fueron construidas por los incas sino por esta antigua civilización asentada en el Amazonas.

En realidad, la Ciudad Perdida de Z de P. H. Fawcett sería Akakor, la ciudad sagrada de los dioses de los ugha mongulala.

Rafael Videla Eissmann
11 de Abril de 2019

* (Los textos de http://losvikingosenamerica.blogspot.com/ son exclusivos.
Se prohíbe su reproducción).

miércoles, 10 de abril de 2019

La mano de un hówen-divya en Tinguiririca


La mano plasmada de un divya-dios en la cordillera de Tinguiririca, de los Andes,
en la Región del Libertador General Bernardo O’Higgins, en Chile.


En relación  con las enigmáticas «ideas-formas» que se observan en la cordillera de los Andes y su relación con el sustrato primigenio del Chili-Mapu, Miguel Serrano ha trazado sobre el “Complejo Cultural Maipo-Rapel”, una fundamental aproximación en su obra Manú. Por el Hombre que Vendrá (1991): 

Una mano esculpida por los Dioses en las sierras de la Cordillera del Tinguiririca en Chile, donde una misteriosa raza de gigantes rubios y blancos también pintara las cavernas. Son los mismos que levantaron el Intihuatana de las playas de Santo Domingo y ascendieron desde allí hasta las altas cordilleras en un tiempo sin historia (Miguel Serrano, Manú. Por el Hombre que Vendrá. Página 241).

La mano esculpida, plasmada, en la cordillera andina, es un símbolo de los hówen-aesir.

Rafael Videla Eissmann
13 de Marzo de 2019


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lunes, 1 de abril de 2019

La Ante-Historia


La Piedra del Sol (Intihuatana o “Lugar donde se amarra el Sol”) en el balneario
de Rocas de Santo Domingo, en la Región de Valparaíso, en Chile.


Determinadas huellas observadas en distintos puntos de Chile evidencian la existencia de un sustrato cultural que no sólo antecede a los pueblos prehispánicos –erróneamente denominados “pueblos originarios” pues la evidencia arqueológica demuestra que son elementos inmigrados en el Chili-Mapu: Es la diferencia entre las poblaciones de cráneos dolicocéfalos y aquellas de cráneos braquicéfalos– sino que también dejó sus indelebles huellas.

Ahora bien, este sustrato primordial plasmó en megalitos manifiestas «ideas-formas» asociadas al ANTHROPOS, al Urmnesch, el Hombre Primigenio, como así también a animales totémicos y por cierto, a los símbolos del plano astral que en su conjunto conforman las huellas de su Weltanschauung o cosmovisión.

Estas fascinantes marcas se descubren en Aysén, Chiloé, en Cachillahue, en Curacautín (Retricura/Malacahuello), en Altos de Vilches, en Rocas de Santo Domingo, en el Valle del Encanto, la Isla Damas y en Tara –entre otras zonas del país–.

A este respecto, y especialmente sobre el conjunto de megalíticos de Rocas de Santo Domingo en la zona central de Chile, Miguel Serrano en su ensayo No celebraremos la muerte de los Dioses Blancos (1992) ha escrito:

Aquí en Chile también hay huellas de un pasado remotísimo y desconocido totalmente. En las playas de Santo Domingo aparece un enorme complejo de rocas, muchas de ellas con características tan especiales que no parecen obras de la Naturaleza. Y entre ellas, un Intihuatana, monolito destinado a calcular la hora, la posición del Sol y del cielo, con una gran silla de piedra a su lado. Fue descubierto por el investigador Óscar Fonck, quien se lo atribuyó a los egipcios, los que, según él, habrían sido atacados por los araucanos, que los obligaron a abandonar la zona y a remontar el río Maipo, hasta la cordillera del volcán Tinguiririca, donde se encuentran hoy cavernas con extrañas pinturas rupestres.

También intercambié opiniones con Jacques de Mahieu sobre Santo Domingo y las montañas de Tinguiririca, con las teorías de Fonck sobre los egipcios en Sudamérica. De Mahieu pensaba que fueron los “libios rubios” (es decir, hiperbóreos, que hasta el África llegaron) los que en el remoto Chile crearon el “Complejo Cultural Maipo-Rapel”, remontando esas corrientes de agua, desde su desembocadura en el mar, hasta las cumbres andinas (Miguel Serrano, No celebraremos la muerte de los Dioses Blancos. Páginas 12 y 13).

Tortuga megalítica Rocas de Santo Domingo, en la Región de Valparaíso, en Chile
(Ilustración en la obra de Óscar Fonck Sieveking Vikingos y berberiscos de 1978).

La Piedra Sagrada de Curacautín (Retricura), en la Región
de la Araucanía, en el sur de Chile.

La Piedra del Sol de San Pedro de Álcantara, en la Región
del Libertador Bernardo O’Higgins, en Chile.


No se trata, en realidad, de egipcios ni de los “libios rubios” como creyó el antropólogo Jacques de Mahieu, ni de otros grupos inmigrados sino de los rastros de los hówen, los dioses o “espíritus” de la tradición austral.

Los hówen-aesir (divyas) es el sustrato primordial y civilizador emanado del Polo (Irminsul) del cual dan cuenta las tradiciones tanto del hemisferio austral como boreal. 

Son ellos y sus descendientes quienes plasman estas «ideas-formas» en el paisaje sagrado del Chili-Mapu, en edades que anteceden a la feble cronología indigenista de la historiografía “oficial”.

Estos vestigios, como se ha expresado, son las manifestaciones de su visión de mundo.

Rafael Videla Eissmann
12 de Marzo de 2019


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