lunes, 8 de octubre de 2018

Diego Barros Arana y la antiquísima civilización pre-indígena de América


La Puerta del Sol de Tiahuanaco, la metrópolis de los viracochas. Tiahuanaco
- Puma Punku es uno de los muchos sitios pre-indígenas de América.


La existencia del hombre en América en una época muy remota, está comprobada por los vestigios de una antiquísima civilización, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Se hallan en diferentes partes del suelo americano ruinas monumentales de construcciones gigantescas, a las cuales no se puede asignar razonablemente una edad probable sino fijándola en algunos millares de años. He llegado a sostener con razones cuyo peso no es posible desconocer, que cuando los otros continentes estaban habitados por salvajes nómadas de la Edad de Piedra, América se hallaba poblada por hombres que construían ciudades y monumentos grandiosos, manifestaciones de un estado social muy avanzado.

Esa remotísima civilización, que ha debido ser la obra de una incalculable serie de siglos, es de origen exclusivamente americano. De cualquiera parte que provenga el hombre que habitaba nuestro continente, parece fuera de toda duda que su cultura nació y se desarrolló aquí, sin influencias extrañas, que aquí formó sus diversas lenguas, creó y perfeccionó en varios puntos instituciones sociales que suponen una elaboración secular, y que levantó las construcciones cuyos restos no pueden verse sin una respetuosa admiración.

Sin embargo, las tradiciones de los pueblos americanos a la época de la conquista europea, no podían dar una luz medianamente segura sobre los orígenes de esa civilización, y sobre la época de su nacimiento y de su desarrollo. Los mounds, o construcciones piramidales que se hallan en abundancia en Estados Unidos, los majestuosos palacios de Copán y de Palenque en la América Central y los de Tiahuanacu, entre muchos otros que no tenemos para qué recordar, contemporáneos a los menos a las pirámides de Egipto, desiertos y arruinados ya a la época de la conquista europea, no eran la obra de la civilización que ésta encontró en pie. Las poblaciones indígenas que en el siglo XVI habitaban los campos vecinos de aquellas venerables y misteriosas ruinas, ignoraban la historia de éstas o sólo tenían tradiciones fabulosas e inconexas sobre la civilización anterior que había levantado esas construcciones. Las inscripciones que se encuentran en ellas no han podido ser interpretadas de una manera satisfactoria. Las poderosas monarquías de los aztecas y de los incas, a las cuales no se puede dar una gran antigüedad, ya que los diversos ensayos de cronología les asignan sólo una duración de unos pocos siglos, habían sido formadas con los restos salvados de una civilización mucho más lejana, y lo que es más notable, mucho más adelantada. Aquella antigua civilización había atravesado una o varias crisis, de que comenzaba a salir cuando la conquista europea vino a destruirla.

Diego Barros Arana
Historia general de Chile (1884-1902).


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