Grabado de Alonso de Ovalle de los conquistadores Pedro de Valdivia, Francisco de Villagra
y Jerónimo de Alderete (1646).
El descubridor y conquistador del nuevo Mundo vino de España, pero su patria de origen era la costa del mar Báltico, especialmente el sur de Suecia, la Gotia actual. Eran los descendientes directos de aquellos bárbaros rubios, guerreros y conquistadores, que en su éxodo al sur del continente europeo destruyeron el imperio romano de Occidente. Eran esos los godos, prototipo de la raza teutónica, germana o nórdica, que conservaron casi del todo pura su casta, gracias al orgullo de su prosapia y a las leyes que, por varios siglos, prohibieron sus matrimonios con las razas conquistadas. Por los numerosos retratos o descripciones que conozco de los conquistadores de Chile, puedo asegurar que a lo sumo el diez por ciento de ellos presentan signos de mestizaje con la raza autóctona de España, con la raza ibera; el resto es de pura sangre teutona, como Pedro de Valdivia, cuyo retrato es tan conocido.
Como en Chile no cesó de pelearse sino por breves espacios durante los primeros tiempos de la llamada Conquista, y como, por otra parte, esta región del continente no producía ninguno de los ricos artículos de comercio en que abundaban las demás colonias españolas, sólo vinieron a nuestro país los individuos de la casta aventurera y belicosa de la península. Los comerciantes, los industriales, los artesanos, los letrados, etc., ocupaciones desempeñadas en España por los naturales, no tenían a qué venir a Chile, ni vinieron, salvo uno que otro secretario u oidor, hasta mediados del siglo XVIII, después de las paces selladas con el toqui araucano Aillavilu; pero esos iberos fueron en número escaso para que su influencia étnica se dejara sentir en una población de 500.000 habitantes, de los cuales los cuatro quintos eran mestizos. Además sólo se establecieron en las ciudades algo populosas.
A principios del siglo pasado vinieron soldados iberos, pero se sabe que no quedaron aquí sino los muertos. Sólo en estos últimos años la colonia ibera ha sido numerosa en nuestro país; pero, como es bien sabido, sus relaciones de sangre con nuestro pueblo son sin importancia.
El roto chileno es pues araucano-gótico. Hacer la demostración antropométrica y etnográfica de este aserto, no es de una carta; pero si se formara polémica sobre este tema, como sobre cualquiera de las afirmaciones que pueda hacer más adelante, estoy listo a probarlo. Sólo exigiré en el contendor una preparación científica suficiente, pues estas materias no pueden tratarse con declamaciones ni con el mero auxilio de la literatura.
Nicolás Palacios
La Raza Chilena. Su nacimiento.
Nobleza de sus orígenes (1904)
Página 4 y 5
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