La Piedra del Sol (Intihuatana o “Lugar donde se amarra el Sol”) en el balneario
de Rocas de Santo Domingo, en la Región de Valparaíso, en Chile.
Determinadas huellas observadas en distintos puntos de Chile evidencian la existencia de un sustrato cultural que no sólo antecede a los pueblos prehispánicos –erróneamente denominados “pueblos originarios” pues la evidencia arqueológica demuestra que son elementos inmigrados en el Chili-Mapu: Es la diferencia entre las poblaciones de cráneos dolicocéfalos y aquellas de cráneos braquicéfalos– sino que también dejó sus indelebles huellas.
Ahora bien, este sustrato primordial plasmó en megalitos manifiestas «ideas-formas» asociadas al ANTHROPOS, al Urmnesch, el Hombre Primigenio, como así también a animales totémicos y por cierto, a los símbolos del plano astral que en su conjunto conforman las huellas de su Weltanschauung o cosmovisión.
Estas fascinantes marcas se descubren en Aysén, Chiloé, en Cachillahue, en Curacautín (Retricura/Malacahuello), en Altos de Vilches, en Rocas de Santo Domingo, en el Valle del Encanto, la Isla Damas y en Tara –entre otras zonas del país–.
A este respecto, y especialmente sobre el conjunto de megalíticos de Rocas de Santo Domingo en la zona central de Chile, Miguel Serrano en su ensayo No celebraremos la muerte de los Dioses Blancos (1992) ha escrito:
Aquí en Chile también hay huellas de un pasado remotísimo y desconocido totalmente. En las playas de Santo Domingo aparece un enorme complejo de rocas, muchas de ellas con características tan especiales que no parecen obras de la Naturaleza. Y entre ellas, un Intihuatana, monolito destinado a calcular la hora, la posición del Sol y del cielo, con una gran silla de piedra a su lado. Fue descubierto por el investigador Óscar Fonck, quien se lo atribuyó a los egipcios, los que, según él, habrían sido atacados por los araucanos, que los obligaron a abandonar la zona y a remontar el río Maipo, hasta la cordillera del volcán Tinguiririca, donde se encuentran hoy cavernas con extrañas pinturas rupestres.
También intercambié opiniones con Jacques de Mahieu sobre Santo Domingo y las montañas de Tinguiririca, con las teorías de Fonck sobre los egipcios en Sudamérica. De Mahieu pensaba que fueron los “libios rubios” (es decir, hiperbóreos, que hasta el África llegaron) los que en el remoto Chile crearon el “Complejo Cultural Maipo-Rapel”, remontando esas corrientes de agua, desde su desembocadura en el mar, hasta las cumbres andinas (Miguel Serrano, No celebraremos la muerte de los Dioses Blancos. Páginas 12 y 13).
Tortuga megalítica Rocas de Santo Domingo, en la Región de Valparaíso, en Chile
(Ilustración en la obra de Óscar Fonck Sieveking Vikingos y berberiscos de 1978).
La Piedra Sagrada de Curacautín (Retricura), en la Región
de la Araucanía, en el sur de Chile.
La Piedra del Sol de San Pedro de Álcantara, en la Región
del Libertador Bernardo O’Higgins, en Chile.
No se trata, en realidad, de egipcios ni de los “libios rubios” como creyó el antropólogo Jacques de Mahieu, ni de otros grupos inmigrados sino de los rastros de los hówen, los dioses o “espíritus” de la tradición austral.
Los hówen-aesir (divyas) es el sustrato primordial y civilizador emanado del Polo (Irminsul) del cual dan cuenta las tradiciones tanto del hemisferio austral como boreal.
Son ellos y sus descendientes quienes plasman estas «ideas-formas» en el paisaje sagrado del Chili-Mapu, en edades que anteceden a la feble cronología indigenista de la historiografía “oficial”.
Estos vestigios, como se ha expresado, son las manifestaciones de su visión de mundo.
Rafael Videla Eissmann
12 de Marzo de 2019
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