Una de las representaciones de Koshménk
(Fotografía de Martin Gusinde, 1923).
Fundamentalmente, es gracias a la labor del misionero y etnólogo austriaco Martin Gusinde (1886-1969) que se conocen aspectos de la tradición mágico-religiosa de los selk’nam, es decir, del “Clan de la Rama Sagrada”, la cual constata valiosísimas huellas de la cosmogonía polar-antártica.
Gusinde había llegado a Santiago de Chile en 1911 como profesor de Ciencias Naturales para el Liceo Alemán, desarrollando también labores arqueológicas junto al profesor Max Uhle, en el Museo de Etnología y Antropología de Chile.
Hacia 1918 realizó su primer viaje a Tierra del Fuego. Desde entonces, en Río Fuego en la Estancia Viamonte, en el lago Fagnano (K’ami), o bien en Punta Remolino, incesantemente va registrando sus observaciones y conocimientos de las culturas australes. Con el paso del tiempo, Gusinde obtuvo la confianza de los selk’nam quienes no sólo le transmitieron parte de sus conocimientos mágico-religiosos sino que además le permitieron registrar fotográficamente ceremonias rituales como el Háin.
El resultado de sus largos años de estudios de los grupos patagónicos corresponde a las obras Feuerland Indianer. Band I. Die Selknam (“Indios de Tierra del Fuego. Parte I. Los selk’nam”, de 1931); Feuerland Indianer. Band II. Die Yamana (“Indios de Tierra del Fuego. Parte II. Los yámanas”, de 1937) y Anthropologie der Feuerland Indianer (“Antropología de los indios de Tierra del Fuego”), volumen que abordaba el estudio de los halukwulup. Sin embargo, dos terceras partes de éste fueron destruidas durante la Segunda Guerra Mundial, trabajo que fue, no obstante, publicado de manera póstuma en 1974.
Sobre la cosmovisión selk’nam, apropiadamente los arqueólogos Mauricio Massone y Alfredo Prieto han indicado: El mundo ideológico selk’nam era muy complejo y se expresaba a través de sus mitos, leyendas y ceremonias sociales. La ceremonia del Háin, con sus espacios secretos para los hombres y los jóvenes iniciados masculinos, y sus espacios públicos donde participaba toda la comunidad, constituía en su conjunto, el eje cultural y psicológico del mundo selk’nam. Cada uno de sus aspectos dejaba traslucir una cosmovisión rica y particular, que debía remontarse en el tiempo, a través de una larga tradición cultural.
Dos Koshménk junto al Háin ceremonial de 1923
(Fotografía de Martin Gusinde, 1923).
El Mythos antártico-patagónico refiere al descenso de la raza astral de los hówen a la Tierra y la creación de los hombres. En la Edad Dorada de los hówen no existía la muerte.
Sin embargo, algo aconteció y el orden cósmico-terrestre se vio alterado y tanto el tiempo como la muerte irrumpieron.
Fue entonces cuando algunos hówen regresaron a Orión. Otros, por solidaridad, se plasmaron en las formas del paisaje y en algunos seres del planeta.
Así se inició el ciclo del tiempo. Y la muerte dominó la vida.
Ahora bien, en el mito de Cran y Cra, es decir, del Sol y la Luna, se ha revelado una importantísima clave de la cosmovisión selk’nam, por tanto describe la usurpación mediante el engaño realizada por las mujeres del poder de los hombres, revirtiendo el orden instaurado por el mismísimo Quenós, el enviado de la Deidad Suprema Temáuquel. Este mito no sólo describe la pugna entre una sociedad patriarcal y matriarcal sino que es fundacional, pues a partir de este conflicto, de alcances cósmicos, se inaugura la sociedad y cultura selk’nam que pudo ser conocida y registrada, al menos parcialmente, por los observadores occidentales.
Halaháches, dios del firmamento, contraparte de Jálpen. Los hombres
lo llamaban Kótaix (Fotografía de Martin Gusinde, 1923).
Una de las representaciones de Mátan, espíritu danzante
del Háin (Fotografía de Martin Gusinde, 1923).
El mito del Sol y la Luna indica que en la época de los hówen, las mujeres, guiadas por Cra, engañaron a los hombres con el objeto de instaurar el matriarcado. Desde entonces, durante varios meses al año, se reunían en una choza ceremonial llamada Háin de donde emergía desde las entrañas de la tierra un irascible y furioso espíritu-monstruo femenino conocido como Jálpen (Xálpen), al cual los hombres –engañados por las mujeres– debían llevar grandes cantidades de carne de guanaco para saciar su hambre y calmar su ira y evitar así que devorara a las mujeres.
Los hombres sólo sabían de la peligrosamente caprichosa Jálpen por los gritos de pavor proferidos por las mujeres al interior de la choza ceremonial y los movimientos que ellas mismas realizaban en las paredes de la choza. La aparición de otros espíritus del mundo subterráneo era anunciada por los cantos provenientes del interior del Háin para que los hombres supieran de su presencia.
Pero en realidad la amenaza de Jálpen era un engaño que fue descubierto por Cran cuando descansaba de sus actividades de caza de guanaco, al escuchar las burlas y los preparativos que realizaban las mujeres para continuar con la sujeción que habían logrado sobre los hombres.
Fue entonces cuando Cran y Cuányip dieron noticia del artificio al resto de los hombres para dar paso a su rebelión con el claro objeto de restablecer el orden inicial, el orden establecido por Quenós.
La acción no se hizo esperar y los hombres masacraron a todas las mujeres con excepción de las más jóvenes y las niñas. Es aquí donde el mito áureo selk’nam alcanza dimensiones cósmicas, pues Cran arrojó fuertemente a Cra sobre el fogón, por instigar a las mujeres al engaño, manchándole el rostro. Pero Cra pudo escapar al cielo, transformándose en la Luna –que muestra manchas oscuras tal como el rostro de Cra–, siendo seguida por Cran quien se transformó en el Sol, en eterna persecución.
Reestablecido el orden de Quenós, los hombres comenzaron a desarrollar la ceremonia del Háin, perpetuando las representaciones de los mismos espíritus del cielo y del mundo subterráneo que las mujeres habían personificado por medio de pinturas corporales, atuendos y máscaras.
Los “espíritus” de la ceremonia sagrada Háin de Tierra del Fuego en realidad fueron la evocación de la remotísima tradición polar en torno los dioses descendidos de las estrellas. Los dioses extraterrestres.
Rafael Videla Eissmann
31 de Diciembre de 2018
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