sábado, 25 de abril de 2015

El Árbol Sagrado


Representaciones petroglíficas del “Árbol del Mundo”, el “Árbol-Hombre”, ideografías
sacras de los lituches, los primigenios habitantes de Chile, del Chilli-Mapu.


La ideografía del “Árbol del Mundo”, asociado intrínsicamente como figuración y representación del “Árbol de la Vida” y “Árbol del Conocimiento”, es posiblemente uno de lo símbolos más sagrados de los arios en América, Asia y Europa.

Su origen y antigüedad se remonta al Satya Yuga, a la Edad Solar de los hombres-dioses y su Orden Sacro.

Esta ideografía se conforma por un trazo vertical del cual se desprenden, en ángulos agudos y en ambos lados, una o más ramas. 

Quizás una de sus más antiguas representaciones se halle en el árbol-runa Man: La runa de la “Vida”, de la “Muerte” y la “Resurrección”. El simbolismo del Irminsul-Yggdrassil, como árbol-mundo, es significativo: Sus raíces y ramas mantienen unidos los diferentes planos: Asgard, Midgard, Helheim, Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim, Alfheim, Vanaheim y el Jötunheim.

Detalle de un tapiz escandinavo del siglo XII en el cual se ha representado a Odín,
Thor y Freya. Junto a Odín, el árbol-runa.


Es, también, el símbolo del hombre, de la columna vertebral, de las vértebras-vórtices, del eje-polo-vertical, el Árbol-Fuego, el Árbol de Fuego.

Desde los distantes ecos de la Ante-Historia, este hieros-glifo se asocia a deidades solares como Brahmã, Agni-Surya, Odín-Wotan, Dieva-Laima, Perun y el kukulkán Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, el Dios Blanco de América Central.

De izquierda a derecha: Símbolo lituche-araucano del “Árbol de la Vida”; signo maya
del “Árbol de la Vida”; la runa Man, de la Vida, del Futhark germánico, el “hombre-árbol”;
una variaciones del símbolo báltico de Laima (Trīs Laimes).


El intangible arquetipo del “Árbol de la Vida”, se cristaliza en el sacro Irminsul de los germanos; en el Bodhi de Siddhartha Gautama y de la tradición pre-lamaísta del Bö; en la Palma del dios Apolo; el Világfa y Életfa de los táltos de Hungría; en el roble Perón y el Haorma avéstico; en el Yaxché mesoamericano y en los propios árboles-pilares que sostienen los cielos junto a los Bacab.

Se observa, asimismo, en innumerables representaciones culturales prehispánicas de la América del Sur, como petroglifos, alfarería, armas y templos.

La ideografía, ciertamente, corresponde a la imagen de un árbol, es decir, una representación del árbol como signo de los ciclos de la fuerza vibrante de la Naturaleza (Gottos). La profunda veneración al árbol, a los bosques, es propia de las culturas y civilizaciones arias en el mundo: Allí, entre las luces y sombras proyectadas por ramas y hojas, en perpetúa transmutación, se erguían los templos a los dioses, a los ancestros, a las fuerzas de la Naturaleza.

Petroglifos del “Árbol del Mundo” de El Cenajo, en Hellín, España.


La raíz de estos conceptos, en su conjunto, se encuentra en una Weltanschauung total y trascendente en la cual el hombre era parte integrante del mundo –en clara oposición a las doctrinas de las religiones monoteístas y su ontología antropocentrista que han devastado los reinos de la Naturaleza, socavando, al mismo tiempo, la propia esencia del hombre–. Fue la proyección del Hombre-Dios, en el estado primordial, en el Unus Mundus, cuando el hombre, los animales y los minerales conformaban una totalidad, una integridad, base de la antigua veneración y amor a la tierra, a la Patria-Matria, al Paisaje Mágico, en comunión con los espíritus del fuego, de las aguas, de la tierra y del aire, una suerte de antiguo «nacionalismo» mágico y místico.

De tal manera, el árbol, para las culturas y civilizaciones arias, ha sido el símbolo viviente de los ciclos de la Naturaleza y sus leyes, es decir, de los ciclos de la vida, la muerte y la resurrección, a la vez que la representación del Axis Mundi, el Eje del Mundo.

El Bhagavad Gita (XV, 1. 4), indica al respecto:

Indestructible es el Ashwattha, el árbol sagrado, símbolo del universo,
que tiene las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo.

Sus hojas son los Vedas. Quien los conoce, conoce los Vedas. 

Sus ramas se alimentan con la savia de las tres cualidades.

Sus brinquillos son los órganos de los sentidos, algunos
de los cuales crecen hacia arriba y otros hacia abajo. 

Las raíces, que se extienden por el plano
de los hombres, son los lazos de acción.

No es posible en este mundo conocer su forma,
ni su origen, ni su fin, ni sus conexiones.

Cuando el hombre abata este corpulento árbol con la tajante
hacha del discernimiento y la abstención, a pesar de su firmísimo
raigambre, podrá buscar aquel ulterior sendero del que no se vuelve,
y encaminarse hacia el supremo Espíritu del que surgieron
las almas de los seres y de las cosas.

Rafael Videla Eissmann
25 de Abril de 2015 


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