viernes, 4 de enero de 2013

El símbolo sagrado del Sol

  Machi con el tambor sagrado o kultrún, donde se ha estampado el símbolo sagrado del Sol.


“El mapuche vive desde que es mundo,
antediluviamos somos nosotros. Chao Ngenechen
nos creó y nos dio la tierra en que vivimos”.


El kultrún o tambor sagrado de los mapuches (araucanos), microrepresentación de la tierra o Mapu, posee estampado el símbolo sagrado del Sol (Antu), es decir, la cruz gamada. Este símbolo ha sido descubierto en prácticamente todas las regiones del planeta y se le ha conocido entre otros nombres como Swastika, Hakenkreuz, Lauburu, Yung-Drung o Manji. En las tradiciones prehispánicas se le denomina generalmente como la “Cruz de nuestros Ancestros”.

 
El kultrún y los cuatro soles en movimiento.


El origen de este símbolo en el territorio de Chile se remonta a los Lituches, es decir, los sobrevivientes del Diluvio. De acuerdo a la información consignada por el  jesuita Juan Ignacio Molina en su Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile (1776), los chilenos llaman a los primeros hombres, de los cuales descienden, Peñi Epatun, que quiere decir, los hermanos Epatun, pero, a excepción del nombre, no saben otra cosa de la historia de estos hermanos sus patriarcas. Los llaman también Glyche, esto es, hombres primitivos o del principio, y en sus congregaciones los invocan, junto con sus divinidades, entonando en alta voz: Pom, pum, pum, Mari epunamun, animalhuen, peñi epatun, etc. Los tres primeros vocablos son al presente de incierta significación y podrían tomarse por una suerte de interjección, si la voz puon con que los chinos nombran al primer hombre creado o salvado de las aguas, no nos indujese a sospechar que podrían tener una noción análoga. Los lamas o sacerdotes del Tíbet pronuncian también frecuentemente en sus rosarios las tres sílabas hom, ha, hum, o om, aum, como dicen los habitantes del Indostán, los cuales en cierta manera corresponden a las chilenas arriba dichas.

 
 Machi con el kultrún, donde se ha estampado el símbolo sagrado del Sol.


Estos Lituche o Glyche, fueron los hombres-dioses de la edad prediluvial, los Antupainko o ancestros deificados, quienes transmitieron a sus descendientes y a las futuras generaciones sus conocimientos codificados en símbolos y las tradiciones (Ad Mapu).

La cruz gamada en el kultrún, equivale también al Sol en movimiento, pues tal como ha expresado una descendiente de una machi de Nueva Imperial, en el sur de Chile, “cuatro soles se han visto”. Estos soles corresponden a las edades previas, concepción que guarda clara relación con la cosmovisión mesoamericana de la Leyenda de los Soles y también con los postulados de la Cosmogonía Glacial (1913) de Hans Hörbiger.

En el territorio de Chile, como en el altiplano andino, Centro y Norteamérica, Europa, Asia Menor y el Lejano Oriente, este venerado símbolo es el emblema de los ancestros y de la Divinidad Suprema.

Rafael Videla Eissmann
3 de Enero de 2013

 Curandero navajo de Arizona en Nuevo México, Estados Unidos.


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sábado, 22 de diciembre de 2012

La Cosmogonía Glacial

 
La pirámide del dios blanco Kukulkán, evocación de la Serpiente Emplumada.


Parece haber sido una misma raza
la que escribió en los Andes y en los Pirineos.
Roberto Rengifo


La antigüedad de las culturas y civilizaciones de la América Aborigen han sido ostensiblemente limitadas por las concepciones de las escuelas historiográficas y antropológicas fundamentadas en una visión evolucionista y materialista que, a pesar de las evidencias arqueológicas y de las numerosas pruebas de la existencia del grupo pre-indígena, es decir, los indios blancos, comprobada por los cráneos dolicocéfalos descubiertos desde Tierra del Fuego hasta Canadá, por numerosas crónicas y fuentes etnohistóricas como asimismo por la iconografía precolombina, ha cimentado la exclusiva y amputada historia indigenista.

 Representaciones de los Viracochas o Dioses Blancos: Un petroglifo en el norte de Chile y la efigie en la Puerta del Sol de Tiahuanaco, respectivamente.


Los indios blancos fueron los descendientes de los Viracochas, los Dioses Blancos, los Hombres-Dioses de la tradición áurea. Por estas razones el historiador Diego Barros Arana ha establecido que la existencia del hombre en América en una época muy remota, está comprobada por los vestigios de una antiquísima civilización, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Se hallan en diferentes partes del suelo americano ruinas monumentales de construcciones gigantescas, a las cuales no se puede asignar razonablemente una edad probable sino fijándola en algunos millares de años. He llegado a sostener con razones cuyo peso no es posible desconocer, que cuando los otros continentes estaban habitados por salvajes nómadas de la Edad de Piedra, América se hallaba poblada por hombres que construían ciudades y monumentos grandiosos, manifestaciones de un estado social muy avanzado.

Esa remotísima civilización, que ha debido ser la obra de una incalculable serie de siglos, es de origen exclusivamente americano. De cualquiera parte que provenga el hombre que habitaba nuestro continente, parece fuera de toda duda que su cultura nació y se desarrolló aquí, sin influencias extrañas, que aquí formó sus diversas lenguas, creó y perfeccionó en varios puntos instituciones sociales que suponen una elaboración secular, y que levantó las construcciones cuyos restos no pueden verse sin una respetuosa admiración (Diego Barros Arana, Historia general de Chile. 1884-1902. Página 18).

El origen de los primigenios habitantes americanos se encuentra en el archipiélago antártico, definido por el profesor Roberto Rengifo como el gran centro de la humanidad blanca y clara (Roberto Rengifo, El papel del territorio de Chile en la evolución de la humanidad prehistórica. 1935. Página 8).

El marco para comprender la antigüedad de las culturas y civilizaciones de América -y del mundo- lo ha entregado la Cosmogonía Glacial (Hörbigers Glazial Kosmogonie - Eine neue Entwicklungsgeschichte des Weltalls und des Sonnensystems. R. Voigtländer’s Verlag. Leipzig, 1913) de Hans Hörbiger y Philipp Fauth. La Cosmogonía Glacial fue concluida en el mes de Diciembre de 1912. Esta magna obra ha planteado las interrogantes fundamentales: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Es, en suma, una concepción del universo, de la Tierra y del hombre. Los postulados de la Cosmogonía Glacial han sido revolucionarios: Otorgan una nueva concepción del origen y desarrollo del sistema solar y de la Tierra, y por lo tanto, de su historia geológica, lo que quiere decir también, una nueva visión de la historia del hombre.

 
Hans Hörbiger y Philipp Fauth, los visionarios de los mundos del hielo.


En la Cosmogonía Glacial se ha establecido la captura por parte de la Tierra de varias lunas que han generando grandes catástrofes planetarias y desastrosos diluvios, cuyos ecos son el sumergimiento de la ahora mítica Atlántida y la destrucción de la ciudad-puerto de Tiahuanaco. Su evocación también fue preservada por los mapuches por medio del mito de la lucha entre las serpientes KaiKai de las aguas y ThrengThreng de las montañas. Fue el Diluvio noético, el Götterdämmerung o “Crepúsculo de los Dioses” de los Edda, el Diluvio de Manú de la India aria, el Llocllavuno pachacuti o Gran Agua de los Incas o Apachiohualiztli de los mayas.

Hoy celebramos el centenario de la Cosmogonía Glacial y hacemos nuestras las palabras de Georg Hinzpeter: “El triunfo de la Cosmogonía Glacial estaba tempranamente determinado como una cuestión de principios, y todo lo que queda para los adversarios de la Cosmogonía Glacial es una retracción parcialmente honesta, como es el caso que ya ha sucedido en algunos campos. Y puede, debido a esto, existir en el futuro, algún difícil e incomprensible juicio en torno a la Cosmogonía Glacial por razones científicas. No perderemos el rumbo, conocemos la verdad en el camino, y conocemos el “sí” de nuestra convicción y con ello el “sí” de nuestra creencia y la inconvertible lealtad a Hans Hörbiger y su trabajo”.

Rafael Videla Eissmann
Solsticio de Invierno, 2012



El Nuevo Mundo o Insula Atlantica (1540). Mapa de Sebastian Munster.


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viernes, 9 de noviembre de 2012

El misterio de los “indios blancos”

 El dios blanco y barbado de Mesoamérica, Quetzalcoatl (La “Serpiente Emplumada”). Manuscrito siglo del XVI.


Coincidimos con la detección realizada por el antropólogo Jacques de Mahieu, de grupos precolombinos de características totalmente distintas a la de los indígenas: Poblaciones altas, de piel clara o blanca, cabellos y ojos claros. Pertenecen a los cráneos de tipo dolicocéfalos descubiertos prácticamente a lo largo y ancho de América.

Estos grupos fueron denominados como los “indios blancos” desde el “Descubrimiento”, la “Conquista” y la Colonia e incluso, fueron consignados en numerosos reportes etnohistóricos en el transcurso del siglo XX. Al respecto, De Mahieu ha escrito:

Las tradiciones de los distintos pueblos considerados [de Centro y Sudamérica] se encadenan, pues perfectamente. Nos muestran a un grupo de guerreros blancos, de tipo nórdico, que desembarca en la costa mexicana y deja algo de su cultura en el Anáhuac, el Yucatán y zonas adyacentes. Con el apodo de Quetzalcoatl en el país náhuatl, de Kukulkán en tierras mayas, de Votán en Guatemala, de Zuhé en Venezuela y de Bóchica en Colombia, el jefe blanco, que verosímilmente se llamaba Ullman, se convierte en el recuerdo indígena, con el tiempo, en un dios civilizador, a pesar de las dificultades encontradas por él durante su estada en los distintos países. ¿Cuánto tiempo dura exactamente el viaje que lleva a los blancos hasta la costa colombiana del Pacifico, y cuando muere Ullman? No lo sabemos. Pero sí la tradición nos muestra a los nórdicos, ya al mando de un nuevo jefe, Heimlap o Heimdallr, llegan en barcos de piel de lobo al Ecuador, donde fundan el Reino de Quito, y luego al Perú, donde se radican en la zona del lago Titicaca y empiezan a construir una metrópoli: Tiahuanaco. Vencidos, después de unos dos siglos, por una invasión de indios chilenos, los blancos se dispersan. Unos se desplazan por la costa hacia el norte y se embarcan en balsas que los conducen hasta las islas oceánicas. Otros escapan del Altiplano y desaparecen en la selva amazónica, donde se encuentran, hasta hoy, sus descendientes. Unos pocos, en fin, se refugian en la montaña desde donde, con la ayuda de indios leales, reconstruye su imperio.

La tradición nos permite, gracias a los nombres y títulos que nos ha transmitido, identificar a los blancos que capitaneaba el Dios-Sol. En efecto, Ullman y Heimlap o Heimdallr son nombres escandinavos y encontramos el mismo origen para los títulos sciri (de skirr, puro), ayar (de jarl, conde) e inca o inga (de ing, descendiente), así como para el apodo Huirakocha que viene del antiguo escandinavo hvit, blanco, y god, dios.

Sin embargo, los textos nos señalan la actuación anterior, en Mesoamérica, de un dios blanco de características diferentes -pacifico y ascético- que, en el Anáhuac, se confunde en el recuerdo con Quetzalcoatl y le da una segunda personalidad incompatible con la primera, pero, en el país maya, conserva, con el nombre de Itzamná, una realidad autónoma (Jacques de Mahieu, El gran viaje del Dios-Sol. Páginas 89 y 90).

Ciertamente, el esquema teórico que De Mahieu creyó ver en el contexto precolombino -grupos de características “nórdicas”, es decir, población blanca aborigen- debía explicarse por las incursiones de grupos vikingos, normandos, e incluso celtas, en América. Estas incursiones no se debaten ni refutan. Pues es un hecho que estos grupos europeos arribaron al continente antes de la irrupción peninsular del siglo XV. Sin embargo, no fueron ellos los impulsores o gestores de las altas civilizaciones americanas. Pues, ¿dónde, en Europa, se encuentra algo semejante, siquiera, al estilo megalítico-astronómico de Tiahuanaco o del Cuzco? ¿Dónde se descubre en Europa la fuente de la Puerta del Sol de Tiahuanaco y su sistema calendárico o el estilo de los monolitos antropomorfos de la gran metrópolis andina (Como el “Monolito Benett”, el “Monolito Ponce” o el “Monolito El Fraile”(¡!)? Si estos prodigios de arquitectura e ingeniería tuviesen su origen en cualquiera cultura europea, lo lógico sería encontrar algo semejante o aproximado allí, pero ello, sencillamente, no ocurre, a pesar del eurocentrismo insostenible propugnado por De Mahieu.

El Señor de Sipán (Perú). El iris es de color azul.


Los monumentos megalíticos americanos -Tiahuanaco, Puma Punku, Cuzco, Sacsaihuamán, El Enladrillado, etc.- son de hecho, anteriores al poblamiento de los indígenas. Se remontan al último período prediluvial conforme a la Cosmogonía Glacial (1912) de Hans Hörbiger y Philipp Fauth. Corresponden, en consecuencia, a vestigios de la raza primigenia de América. Como se ha indicado en textos anteriores (Los Viracochas, los Dioses Blancos de América, 1º de Enero de 2012 y El misterio de las momias blancas precolombinas, 9 de Octubre de 2012), conforme a la evidencia arqueológica, los paleoamericanos, que han sido caracterizados como dolicocéfalos, fue el grupo aborigen que habitó el continente, con anterioridad a la irrupción de los grupos provenientes desde distintos puntos de Asia, que posteriormente fueron conocidos como indígenas.

Ellos fueron los descendientes de los viracochas, los Dioses Blancos de la tradición áurea.

Rafael Videla Eissmann
1º de Noviembre de 2012


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martes, 9 de octubre de 2012

El misterio de las momias blancas precolombinas

 
Imagen I. Cráneo de tipo ario nórdico encontrado en una runa funeraria arawak del Amazonas
(Foto de Marcel Homet).


Los siguientes párrafos fueron escritos por el antropólogo Jacques de Mahieu. Abordan la misteriosa existencia de las “momias blancas” del mundo precolombino, campo absolutamente prohibido e ignorado por la historiografía ortodoxa, pues sencillamente desestructura la visión dogmática de la América indígena y sus habitantes:

Si todavía hoy, después del proceso de mestización que inevitablemente ha producido un contacto multisecular, encontramos a “indios blancos” en Sudamérica, la lógica indica que se debería hallar también rastros de sus antepasados, más puros, en antiguas sepulturas. Desgraciadamente, mucho antes de que arqueólogos y antropólogos se dedicaran a hacer excavaciones con fines científicos, la inmensa mayoría de las tumbas precolombinas habían sido violadas por buscadores de tesoros, que no se preocupaban en absoluto por los restos humanos que en ellas descansaban. En las regiones colonizadas por los españoles y portugueses, a menudo no hay garantía de que tal o cual esqueleto de características arias no provenga, aun cuando se lo encuentre en un cementerio indígena, de algún blanco o mestizo posterior a la Conquista. De vez en cuando se descubre, sin embargo, en aéreas prácticamente inexploradas, restos humanos inconfundiblemente europoides que pertenecen a tribus “autóctonas”. Es esto lo que sucedió con unos esqueletos (Imagen I) hallados, en 1959, por Marcel Homet en urnas funerarias de la Serra do Machado, en el Amazonas.

En un caso, sin embargo, la situación se ha presentado muy diferente: El de cientos de momias descubiertas, a partir de fines del siglo pasado, en tumbas prehispánicas del Perú y, especialmente, las que se encontraron, en 1925, en cuevas de la península de Paracas, a 18 km de Pisco. Estas momias no son representativas de la población toda. Pues si algunas se conservaron naturalmente en razón del clima seco de la región o por haber sido enterradas en la arena, la mayor parte de ellas fueron embalsamadas y pertenecían, por lo tanto, a miembros de las familias dirigentes de la época.

Las momias en cuestión corresponden a dos tipos raciales bien diferenciados. Unas son innegablemente mongoloides: Baja estatura, cara achatada, cabeza braquicéfala y pelo negro azulado, y pertenecen a individuos semejantes a los indios que todavía pueblan la región. Las demás, por el contrario, son de alta estatura, cara alargada, cabeza dolicocéfala y pelo claro, con variaciones que van desde el castaño al rubio “paja”, pasando por todos los matices del rojo, sin descoloración artificial. Quien viera, sin indicaciones de procedencia, la momia reproducida en la imagen II  no vacilaría en atribuirla a una mujer aria de raza nórdica. No se trata de meras apariencias y los especialistas opinan del mismo modo. Algunos pensaron, en un primer momento, que las medidas de la cara y del cráneo podían provenir de una deformación artificial como la que efectivamente, los indios peruanos producían a menudo en los niños, y que el color del pelo podía ser la consecuencia de la acción del tiempo. Estas hipótesis tuvieron que ser desechadas.

(…)

La presencia, en el Perú precolombino, de blancos de biotipo nórdico no puede, por consiguiente, ponerse en duda. El problema es saber a qué época pertenecen las momias que lo prueban. Como siempre cuando se trata de cronología prehispánica, las opiniones varían al respecto en cientos y miles de años (Jacques de Mahieu, El gran viaje del Dios-Sol. Páginas 63-65).

Imagen II. Momia de tipo ario nórdico, con trenzas rubias de pelo natural, descubierta en Paracas, Perú
(Foto Museo Nacional de Antropología y Arqueología, Lima).


De Mahieu ha atribuido el origen de estas “momias blancas” a las irrupciones de grupos nórdicos en el continente americano, con mucha antelación al arribo de los peninsulares a partir del siglo XV. Su conclusión se basaba en el marco contextual que él creyó vislumbrar: La presencia de características “europoides”, es decir, de “indios blancos” en América, necesariamente debería atribuirse a poblaciones de origen europeo.

Sin embargo, tal como lo prueba la evidencia arqueológica, el tronco primigenio americano -los paleoamericanos- el cual ha sido precisamente caracterizado como dolicocéfalo, fue el grupo aborigen que habitó el continente, con anterioridad a la irrupción de los grupos provenientes desde distintos puntos de Asia, que posteriormente serán conocidos como indígenas.

La superposición y coexistencia de estos dos grupos, permite explicar las dos variantes de tipos craneales descubiertos en la península de Pisco.

El origen de este grupo blanco precolombino se puede rastrear en las propias tradiciones míticas como a su vez en las numerosas crónicas y fuentes etnohistóricas de la época del “Descubrimiento”, Conquista y Colonia. Pues ellos fueron los descendientes de los Viracochas, los venerados Dioses Blancos de la América Aborigen.

Rafael Videla Eissmann
1º de Octubre de 2012

La Dama de la Máscara, momia wari de ojos azules, descubierta en 2008 en la Huaca Pucllana en Lima, Perú, que comprueba la existencia en tiempos precolombinos de población blanca americana.


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jueves, 6 de septiembre de 2012

Los símbolos rúnicos de América y Europa

Esquema comparativo de runas europeas y americana. De la obra Símbolos rúnicos
en América, de Rafael Videla Eissmann (2011).


El arribo de poblaciones del norte europeo a Huitramannaland-América a partir del siglo XI y XII de la era cristiana fue, en realidad, el retorno a la tierra ancestral. Como señaló el historiador José Toribio Medina en su fundamental obra Los Aborígenes de Chile (1882), ya antes hemos indicado que todos concurren a creer que en la noche de los siglos moró en Chile una raza de hombres que dejó las huellas de su paso escritas en el granito de los Andes, y que se supone desaparecida a consecuencia de los grandes cataclismos que en una época geológica reciente ha debido experimentar este continente.

Esta desaparición a la que elude Medina, fue una extensa migración hacia otras latitudes tras el último Diluvio. De allí el conocimiento en antiguas sagas y mitos europeos de una tierra o bien, una “gran isla” al occidente, más allá de las Columnas de Hércules. De este modo, el arribo al continente de América fue en realidad el regreso a la tierra ancestral.

Los símbolos rúnicos encontrados en América -constatados en petroglifos, alfarería, textiles, esculturas y en diversos monumentos- corresponden así, a expresiones tanto de los aborígenes del continente -los primitivos indios blancos- y también, sobre todo en Norteamérica a partir del siglo XIII, a las huellas de grupos nórdicos que arribaron posteriormente en diversas oleadas.

Acaso por estos motivos, el profesor Roberto Rengifo declarase que parece haber sido una misma raza la que escribió en los Andes y en los Pirineos.

En consecuencia, las runas se encuentran en Europa y América-Huitramannaland como señal de la expansión de la raza primigenia en una época no abordada por los campos de la frágil y dogmática historiografía ortodoxa.

Paulatina y paralelamente, en base a estas evidencias, se cimenta una revisión del pasado de la América Aborigen.
Rafael Videla Eissmann
1º de Septiembre de 2012


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lunes, 6 de agosto de 2012

El Ocaso de los Dioses

El combate del gigante Hymir y Thor contra la serpiente Jörmundgander. El último combate entre Thor y la serpiente fue en el Ragnarök o Destino Final de los Dioses, cuando Jörmundgander se arrastró fuera del océano y envenenó los cielos. Es en realidad, un eco del Diluvio, el Götterdämmerung de acuerdo a la cosmología de los pueblos germanos.


Un día Loki se escapará del Hel, encabezando a los “condenados en los Infiernos”, y, con la ayuda de los gigantes, descendientes de la familia que había sobrevivido al Diluvio, del lobo Fénrir y sus hijos y de la Serpiente del Mundo, que Thor había tratado vanamente de pescar y que Odín había echado al mar que rodea la Tierra, se lanzará al asalto de Asgard. Llegará el Ragnarök, el “Ocaso de los Dioses”. Pues éstos serán vencidos. El lobo Fénrir y la Serpiente del Mundo, antes de morir en el combate, devorarán el Sol y la Luna. Las heladas se apoderaran del mundo y todo habrá terminado. Pero Bálder, el Redentor, resucitará a los dioses y un nuevo cosmos nacerá.

La misma concepción del “fin del mundo”, formaba parte de las creencias mesoamericanas. Cuatro Soles, o sea, cuatro Mundos, fueron destruidos hasta llegar al nuestro: El Sol de Tierra o de Noche, el Sol de Aire, el Sol de Lluvia de Fuego y el Sol de Agua. El Quinto Sol, o Sol de los Cuatro Movimientos, perecerá a su vez cuando los Monstruos del Crepúsculo surjan del fondo del Occidente, instigados por Tezcatlipoca, el “dios malo”, para destruir a los seres vivos, mientras el Monstruo de la Tierra quiebre el globo entre sus fauces. Se acabará el género humano. Pero nacerá un Sexto Sol: Un Nuevo Mundo en que los hombres estarán sustituidos por los planetas, vale decir por los dioses.

Jacques de Mahieu
(Extracto de El gran viaje del Dios-Sol.
Página 108).


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