En Tierra del Fuego (Karukinka), en el extremo austral de Chile, como en el eje Tíbet-India (Bhaarat), se ha preservado a través de los mitos y de las tradiciones mágico-religiosas, el conocimiento de los dioses descendidos del cielo, del firmamento, quienes han creando tanto las condiciones para la vida en los ignorados ciclos del tiempo en la Ante-Historia o bien, como formuladores de la civilización en los ciclos de tiempos históricos.
Los dioses irrumpen desde otra dimensión, desde otro espacio-tiempo fuera del mundo, para irradiar la sabiduría y los conocimientos: El Fuego Sacro.
Son las Ciencias Sagradas de los hombres-dioses y sus descendientes.
La civilización polar de los aryas.
La presencia de los dioses significa siempre el regreso a la luz a la Tierra. Es decir, al Mapu Tremo en la tradición patagónica-araucana, esto es, el “país hermoso, sin defecto, completo y tranquilo” –de acuerdo a la fundamental concepción cronológica comunicada por Vicente R. Liberona a Roberto Rengifo (Véase la Reseña histórica desde que América fue poblada hasta su Descubrimiento en los Extractos de Actas de la Sociedad Científica publicada en Santiago de Chile en 1920)–, símil del Paradesha del Satya Yuga (कृत युग), la Edad Dorada en la tradición brahmánico-hinduista.
El Paraíso.
Ahora bien, desde la más remota antigüedad, tanto en Tierra del Fuego como en el eje Tíbet-India, los dioses han sido representados con largos “tocados”, hecho que encubre una característica distintiva: Los cráneos alargados.
Son los hówen-“espíritus” y los devas-asuras (Daivi sampad), respectivamente, deidades astrales –extraterrestres– que han descendido, materializándose por un tiempo, en el mundo, en la historia de los hombres, para impulsar o reimpulsar, de manera ritual, mágicamente, el tiempo del Fuego Sagrado (Jauke-Agni).
Es el inicio de un nuevo ciclo. El nuevo Sol.
Esta lejanísima relación cultural entre el sustrato antártico-andino e himaláyico, se comprueba por medio del culto solar de Kre y Surya –respectivamente– y de la estrella de Venus, es decir, Kankáiyuš de la tradición selk’nam y Shukrá del hinduismo.
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