jueves, 11 de mayo de 2017

Nicolás Palacios y la guerra sagrada de los araucanos


Recreación de un batallón araucano en la época de la Conquista.


Un eco de la remota cosmovisión araucana se encuentra en la fascinante obra de Nicolás Palacios, La Raza Chilena. Su nacimiento. Nobleza de sus orígenes (Imprenta u Litografia Alemana de Gustavo Shafer. Valparaíso, 1904), en la cual da cuenta de un aspecto fundamental de los antiguos araucanos: La concepción sagrada de la guerra.

Ciertamente, la defensa del territorio implicaba al mismo tiempo la defensa de su vasta cultura –el Admapu– como así también del venerado paisaje del Chilli-mapu. Se comprende, entonces, la concepción de guerra sacra de los ‘hombres de la tierra’ o mapuche.

La similitud cultural esbozada por Palacios es un indicador de un lejano origen común:

“La guerra tenía para los araucanos cierto carácter sagrado. El general se hacía acompañar siempre por un sacerdote, no por un machi o médico adivino, sino por un nügue, con la investidura de supremo sacerdote o Nügue-Toqui, el cual, como los augures romanos, consultaba la voluntad divina en el vuelo de ciertos pájaros o en el aspecto de sus entrañas, antes de decidir una batalla. Todos los individuos del ejército, desde el Buta-Toqui hasta el último cona o soldado, se preparaban para entrar en campaña guardando la más severa abstinencia. Los que morían en el campo de batalla tenían asegurado un puesto en la Mansión Celeste, campo permanente de grandes y divinas batallas, como el empíreo escandinavo, que había sido, por tanto, el cielo de la religión de los godos en su etapa de barbarie, cuando tenían a Odín por suprema divinidad. La perorata de sus jefes antes de entrar en acción impresionaba y hacía derramar abundantes lágrimas a los combatientes”.

Nicolás Palacios
La Raza Chilena. Su nacimiento.
Nobleza de sus orígenes (Página 56 y 57).


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