Los bárbaros nórdicos pusieron pie en América cuatro siglos antes que Cristóbal Colón. Haciendo de los mares un camino real y de los ríos, senderos, los “hombres del fiordo” conquistaron casi media Europa entre los siglos IX y XI.
Uno de los pueblos de navegantes más notables, no sólo de la Edad Media, sino que de toda la historia del mundo, fue el de los “hombres del norte” o normandos, más conocidos como vikingos, palabra que literalmente en antiguo escandinavo significa “el que frecuenta un fiordo”. Procedían de las regiones escandinavas, Suecia, Noruega y Dinamarca, y constituyeron el más importante núcleo de invasores, que cual manga de langostas se lanzó sobre el continente europeo durante el transcurso del siglo IX, tras el desmembramiento del imperio carlovingio. Los vikingos eran muy semejantes a los bárbaros germanos que habían convergido sobre Roma en siglos pasados, tanto racialmente como en los aspectos de organización social, religión y costumbres. Sin embargo, la gran diferencia con aquéllos fue que sus hordas guerreras operaban fundamentalmente por mar.
Ante todo, los vikingos fueron intrépidos marinos que, en frágiles naves de unos 25 metros de largo y con tripulaciones de sesenta hombres cada una, no vacilaron en aventurarse a vela y remo por los mares del norte e introducirse en los grandes ríos navegables de Europa, realizando asaltos rapidísimos que les permitían retornar a sus tierras cargados de botín. Pero muy pronto estos osados aventureros dejaron de lado los apresamientos en el mar y comenzaron a saquear las ciudades costeras, instalándose en ellas y emprendiendo la conquista de los países en que habían desembarcado. Y como si esto no les bastara, abordaron seguidamente empresas náuticas de largo aliento, descubriendo nuevas tierras hacia el occidente y llegando incluso a realizar la portentosa hazaña de atravesar el Atlántico y poner pie en tierras americanas, nada menos que cuatro siglos antes de que Cristóbal Colón llegara a América.
Los bárbaros nórdicos
Cuando en el curso del siglo IX los escandinavos infestaban las costas de Europa occidental practicando en gran escala la piratería, el término “vikingo” pasó a ser sinónimo de pirata o “parásito del mar”, sustituyendo esta nueva acepción al significado etimológico de “hombres del fiordo”. Sin embargo, lejos de ser vulgares bandidos, los vikingos representaban a la joven aristocracia escandinava y poseían sus propias leyes, así como evidenciaban también un alto grado de sentido de gobierno y de disciplina. Asimismo, no todos los pueblos escandinavos pueden ser considerados en rigor vikingos, puesto que existían también entre ellos labradores que cultivaban tranquilamente sus tierras sin salir de sus patrias, preocupándose poco de las depredaciones de sus fieros hermanos. En definitiva, los vikingos se vieron impelidos a surcar los mares por lo superpoblada que se hallaba la pobre y montuosa Escandinavia, así como por los hábitos piratescos ancestrales desarrollados a través de siglos de morar a orillas del mar.
Mientras los pueblos germanos habían avanzado lentamente por tierra, los vikingos hicieron del mar un camino real, y de los ríos, senderos. Esto no significó que en tierra firme no fueran igualmente efectivos, ya que cuando querían operar en ella, cogían caballos y movíanse velozmente por el interior de los países, cual consumados jinetes. No obstante el elemento líquido constituyó de preferencia el gran escenario de sus proezas. En sus largas naves abiertas, de altas proas, velas cuadradas, numerosos remos, y bordas de las cuales pendían los escudos de los combatientes, los vikingos efectuaban viajes increíbles, iniciando su vida en el mar a muy temprana edad, a veces a los doce años.
Las sagas o tradiciones heroicas y mitológicas de la antigua Escandinavia describen a los vikingos como “hombres corpulentos y rubios, fuertes y duros de corazón, potentes y siempre victoriosos guerreros, de fiera mente, adustos, y cortos en palabras”. Así, no fue extraño que su aparición atemorizase en tan alto grado a los habitantes de las costas inglesas y francesas, sobre las que se dirigieron las mayores ofensivas vikingos. “De la furia de los normandos líbranos, Señor”, fue el rezo más socorrido de los sacerdotes ingleses de aquellos tiempos, que debieron lamentar la destrucción de sus monasterios y la pérdida de cuantiosas cantidades en plata y oro, botín predilecto de los bárbaros nórdicos.
Los dioses vikingos
Primitivamente los vikingos fueron paganos y sacrificaron animales y aun seres humanos a sus dioses, de quienes tenían en sus templos imágenes en madera. Más tarde fueron convirtiéndose al cristianismo, a contar del momento en que los daneses, por su tratado con Alfredo de Inglaterra, en 878, consintieron en ser bautizados, hasta fines del siglo XI, en que el paganismo había desaparecido casi por completo de entre ellos. Los mitos de sus dioses, así como las sagas o epopeyas de sus héroes, se fueron transmitiendo verbalmente por sus bardos de generación en generación, hasta que los intelectuales islandeses del siglo XIII los transcribieron al fin. Constituyen en su conjunto un magnífico legado de la literatura nórdica, comparable en majestuosidad y belleza a las leyendas de los griegos.
Los mitos nórdicos se remontan al principio de las cosas, relatando la lucha entre los dioses y los gigantes (las Fuerzas del Mal) y aludiendo al gran fresno, Igdrassil, el árbol de la existencia, siempre verde, cuyas tres raíces nacen en el mundo subterráneo y cuyas ramas alcanzan hasta Asgard, la Ciudad de los Dioses, que cubren con su sombra. En las estancias de esa ciudad o Walhalla, es donde Odín recibe a los héroes muertos en combate. Los muros son brillantes espadas; las techumbres están constituidas por relucientes escudos, y dan acceso al lugar quinientas cuarenta puertas. Allí los héroes se entregan a un festín interminable, servido por las valquirias, o bien se embarcan en sus naves para pelear a la manera vikinga, pues las frágiles barcas de los navegantes nórdicos son constantes protagonistas de toda la tradición mitológica escandinava.
Los antiguos dioses nórdicos eran abundantes y variados. Odín era el padre de todos, dios de la guerra y la sabiduría y creador del rúnico, la primitiva escritura sagrada. Sus dos cuervos (el Pensamiento y la Memoria) le cuchicheaban al oído sin cesar, estando a menudo sus consejos encaminados a sugerirle que enviara a los navegantes a descubrir nuevas rutas o ricas tierras en que pudieran hacerse de un suculento botín. Su esposa se llamaba Frigga, la reina de los dioses. Le seguía en importancia Thor, dios del Trueno, que con su gran martillo, símbolo de su fuerza, infundía místico pavor a los tripulantes de las barcas vikingas en las noches de tormenta y marejada. Otros dioses eran Frey, dios de la Lluvia, el Sol y los productos de la tierra; Freya, su hermana, diosa de la Belleza y el Amor; y Balder, el mejor y más bello de todos, señor de la Luz y el verano, muerto por el muérdago (invierno). Sin embargo, la divinidad más importante para los navegantes normandos que se aventuraban por mares y ríos desconocidos era Niord, dios de las costas, el mar, la pesca y el comercio. Nunca los vikingos se lanzaron a una aventura náutica sin encomendarse previamente a Niord, el cual a todas luces respondió con creces a aquella fervorosa devoción, recompensándolos con la posesión de vastos territorios europeos y el hallazgo de lejanas tierras al otro lado del Atlántico.
Mascarón de proa. La imagen de un feroz animal iba ahuyentar, según los vikingos,
a los pueblos del litoral y a los crueles piratas del norte.
A la conquista de Europa
Las incursiones vikingos sobre la Europa occidental empezaron poco antes del año 800 y prosiguieron durante más de doscientos años. El primero de los invasores nórdicos cuyo nombre ha llegado hasta nosotros fue Turgesios, quien a partir del 795 se fue apoderando de la mitad de Irlanda. Hacia esa misma época, otros vikingos rodearon la costa septentrional de Escocia, se adueñaron de las islas Orkney y Shettland, y siempre depredando descendieron por la costa oeste, instalándose luego en la Escocia sudoriental, el nordeste de Inglaterra y la Irlanda oriental, utilizando la isla de Man como base central de operaciones en el mar de Irlanda.
No encontrando, al parecer, las islas británicas lo bastante ricas como para satisfacer su desmesurada avidez de botín, los vikingos comenzaron a tentar suerte en otras regiones europeas a mediados del siglo IX. Así, remontaron los ríos Rin, Escalda y Sena, llegando el año 885 a asediar vanamente París con una gigantesca flota de setecientas barcas y cuarenta mil hombres. Antes, habían saqueado e incendiado las poblaciones de Roven, Nantes y Burdeos, sin que los reyes pudieran contener la ola invasora nórdica que amenazaba con destruir todas las grandes ciudades del reino franco, especialmente las situadas a orillas de vías fluviales.
Pero aunque los vikingos no estaban llamados a señorear permanentemente en Francia como lo hicieron en Inglaterra, supieron sí aprovechar la debilidad de los últimos reyes carlovingios para instalarse a lo largo del Sena en la región hoy llamada Normandía, bajo el mando de su jefe Rollón. En el año 912, el rey de Francia, Carlos el Simple, agobiado por las destructoras incursiones normandas, firmó con Rollón un tratado por el cual éste se reconoció su vasallo, a cambio del título de duque y de la cesión en feudo de dicha región. Los descendientes de estos normandos instalados en Francia fueron quienes conquistaron la totalidad de Inglaterra hacia 1066, conducidos a través del Canal de la Mancha por Guillermo el Conquistador.
El tratado del año 912 que reconoció el señorío de los vikingos en Normandía, señaló el fin de sus asedios contra Francia. Pero de ninguna manera puso término a sus expediciones navales, que como una serie de sucesivas oleadas, cada vez más poderosas, fueron abarcando ámbitos más extensos. Primero practicaron incursiones en España y luego en el Mediterráneo, tras pasar el Estrecho de Gibraltar, culminando esos viajes con la conquista del sur de Italia y Sicilia, hacia el año 1090, y extendiendo también su dominio sobre gran parte de la costa del norte de África.
Dragón o serpiente. Animales fantásticos, elegidos
por los vikingos, para sus barcos.
Los vikingos en América
Más hacia el este, los vikingos suecos, a quienes se daba el nombre de varegos, penetraron profundamente en las tierras de los eslavos. Rurik, jefe de una de sus bandas, los rus, ocupó Novgorod, situado al sudeste de la actual Leningrado (San Petersburgo), tras penetrar con sus naves hasta el fondo del golfo de Finlandia. Los sucesores de Rurik, encabezados por su hijo Igor, descendieron hacia el sur e hicieron a Kiev capital de su reino, la futura Rusia, para más tarde avanzar hacia los mares Negro y Caspio, siguiendo el curso de los ríos rusos. Su espíritu aventurero impulsó a los varegos a lanzarse en sus barcas por el Dniéper y el mar Negro, hasta llegar a las mismas puertas de Constantinopla, mandados por el gran duque Olaf, después de haber navegado más de mil millas.
Pero si bien las incursiones de los vikingos hacia el este representaron un considerable esfuerzo náutico para su época, fueron sus expediciones hacia el oeste las que alcanzaron resultados más notables, pues culminaron con el hallazgo de tierras hasta entonces completamente desconocidas. Así, el vikingo Naddord descubrió Islandia, la antigua Tulé, en el año 861. En esta gran isla no tardaron en establecerse ilustres familias de Escandinavia, fundándose allí un floreciente Estado. Años después, en el 877, un navegante islandés, Gumbiern, avanzó hacia el oeste, y descubrió una costa muy montañosa, que muchos años más tarde, en 983, sería explorada por otro aventurero vikingo llamado Frico el Rojo, quien le dio el nombre de Groenlandia o “tierra verde”.
Erico el Rojo exploró durante tres años las costas de la inmensa Groenlandia hasta encontrar tierras habitables, a las que trasladó veinticinco naves de colonos reclutados en Islandia, de las que sólo llegaron catorce, naufragando las restantes en un temporal. Con los que llegaron, se fundó en Groenlandia una colonia, de la cual no tardaron en salir a su vez nuevas exploraciones.
Un islandés establecido en Groenlandia, llamado Bejarne, refirió a Erico que siendo arrastrado por una tempestad había divisado un país fértil al sudoeste. Como Erico el Rojo estaba ya muy viejo para hacerse a la mar, equipó una nave que confió al mando de su hijo, Leif Ericsen y la hizo aventurarse en aquella dirección. El viaje de Leif fue extraordinariamente fructífero ya que le permitió descubrir Helluland o “tierra de las piedras” (Terranova) y Markland o “tierra de la madera”, la que corresponde a las costas de Nueva Escocia. Siguiendo más al sur, la expedición de Leif alcanzó la costa meridional de Canadá.
Así, pues, los vikingos fueron los descubridores de América, en cuyas tierras fundaron varias colonias. El más notable de los colonizadores normandos fue el islandés Thornfinn, rico comerciante que visitó Groenlandia y se casó con una hija de Erico el Rojo. Thornfinn inició la colonización de las tierras de América del Norte, encabezando varias expediciones que partiendo de Groenlandia e Islandia llegaron hasta las regiones que hoy corresponden a los Estados de Nueva York y Nueva Jersey, como lo atestiguan las ruinas y antigüedades escandinavas descubiertas en Estados Unidos.
Pero la colonización de las tierras americanas por los vikingos no pudo continuarse porque Islandia cayó bajo la dominación de Noruega, la cual la privó de sus libertades municipales y le prohibió todo comercio con el extranjero.
Nave vikinga de Oseberg. Este navío fue restaurado en el museo de Oslo. Las incursiones
vikingas sobre Europa Occidental empezaron poco antes del 800 y prosiguieron durante más
de doscientosaños consecutivos.
Efectos de las invasiones vikingas
Aparte de la proeza de haber descubierto América, las expediciones e invasiones vikingas tuvieron diversos significados. La influencia de sus incursiones en el continente europeo varió según los países, siendo más fuerte en Inglaterra, Escocia e Irlanda y más local y limitada en Francia, Germania e Italia. El primero y más claro de sus resultados fue la pérdida y destrucción de vidas y propiedades en una escala desproporcionada al reducido número de los atacantes. Por algún tiempo, los vikingos detuvieron el largo proceso civilizador de siglos enteros. “Las ciudades están despobladas, los monasterios arruinados y quemados, la campiña reducida a soledad... Los hombres se devoran mutuamente como los peces en el mar”, se lamentaba un eclesiástico del siglo X. Se dice que todas las poblaciones de Francia fueron destruidas una vez como mínimo por los vikingos, en el curso de los siglos IX y X.
Pero pese a las destrucciones que ocasionaron, las invasiones escandinavas fueron beneficiosas en muchos sentidos. La mezcla de sangre vikinga en los pueblos del nordeste de Europa fue un factor de gran trascendencia futura. Los vikingos, amén de su condición de guerreros, se revelaron como audaces aventureros extraordinarios marinos y hábiles comerciantes. Cuando sus actividades piratas declinaron, se dedicaron con gran ahínco a comercio, convirtiéndose en precursores del tráfico marítimo en gran escala, que tanto auge iba a alcanzar con el correr de los siglos.
Los escandinavos dieron muestras, asimismo, de amar profundamente la libertad. Aunque ilegales en su trato con los pueblos conquistados, concedieron, sin embargo, mucha importancia a los usos jurídicos, hasta el punto de que la palabra inglesa “law” (ley) es de neto origen escandinavo. En Islandia, los colonizadores vikingos llegaron a crear una Asamblea Nacional de toda la isla, que fue el primer parlamento de su género que existió en el mundo, con funciones legislativas y judiciales. Pero, por sobre todo, la importancia mayor de los vikingos fue que con sus viajes al oeste anticiparon un movimiento naval que llegaría a ser de máxima importancia cuatro siglos más tarde, a partir de la gran travesía de Cristóbal Colón en 1492 en procura de “una nueva ruta hacia las Indias”.
La historia de la navegación. Revista Sucesos.
Número 20 (Madrid. Sin fecha de edición).