lunes, 1 de septiembre de 2014

El sacrificio de los indios blancos

 El sacrifico de un indio blanco en uno de los murales de Chichen Itzá, en México. Bajo el indio blanco,
se aprecia una serpiente (Quetzalcóatl).


Diversos son los campos que los historiadores no osan abordar para no ser excluidos de la prestigiosa y dogmática comunidad académica. A pesar del discurso sobre la necesidad de replantear y reescribir la historia constantemente, esto es de hecho una visión conceptual pues la historia se puede replantear y reescribir sólo mientras sea en los estrechos lindes de la propia historiografía oficial. Ir más allá, no obstante emplear la misma metodología historiográfica -que en el caso de la América precolombina corresponde el estudio de las crónicas y fuentes etnohistóricas- implica el ostracismo académico y la mentada exclusión de los círculos de conocimientos de la visión (versión) oficial de la historia.

Esto es lo que sucede con las investigaciones en torno a las poblaciones pre-indígenas de la América precolombina, es decir, con las poblaciones que habitaron el continente con anterioridad a la irrupción de las oleadas sucesivas de protomongoloides y mongoloides procedentes de distintos puntos de Asia.

Las poblaciones pre-indígenas, esto es, los aborígenes o paleoamericanos, corresponden a los cráneos dolicocéfalos o dolicoides que se han descubierto desde Tierra del Fuego a Alaska y cuyos últimos resabios fueron observados por los conquistadores y misioneros en distintas regiones del continente. Son los indios blancos registrados en numerosas crónicas y que fueron representados por lo demás en diferentes manifestaciones del arte prehispánico.

A pesar de las considerables pruebas de la existencia de este grupo nativo, los prestos historiadores de los más importantes centros universitarios y casas de estudio del continente, jamás han indagado su origen, manifestaciones culturales y destino, a pesar, como se ha indicado, de la significativa evidencia que entregan el arte precolombino y los testimonios de los europeos y posteriormente los criollos.

El Hombre de Kennewick, es decir, los restos óseos de un paleoamericano descubierto en el banco del río Columbia en el Estado de Washington, en los Estados Unidos de América, es el claro testimonio de esta población.

El Hombre de Kennewick, un paleoamericano descubierto en los márgenes del río Columbia en el Estado de Washington,
en Estados Unidos. Es un indio blanco, cuyas características étnicas son totalmente diferentes a aquellas de los indígenas.


Ahora bien, un hecho llamativo e intrigante sobre el ignoto mundo precolombino, son las referencias sobre el sacrificio de los indios blancos realizados por los indígenas. ¿Cuáles fueron sus motivaciones?

 
 El sacrificio de los indios blancos en los murales de Chichen Itzá, en México.


Este hecho no es aislado: Diversas evidencias en países como Chile, Perú, Bolivia y México, dan testimonio de estos sacrificios, lo que resulta paradójico pues en toda la vasta geografía americana, se esperaba el retorno de los Dioses Blancos, es decir, de los viracochas o kukulkanes, los hombres-dioses que sentaron las bases de las altas civilizaciones americanas.

Los indios blancos eran los descendientes de estos hombres-dioses, o como informa el conquistador y cronista Pedro Pizarro en la Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú (1571), eran hijos de los ídolos [dioses].  ¿Propiciaría el sacrificio de los indios blancos el retorno de los Dioses Blancos? En la América precolombina, es un hecho bien conocido el rito indígena de la ofrenda del objeto que se busca perpetuar, como se constata por ejemplo a través del sacrificio de auquénidos desarrollado por los yatiris en el altiplano andino, para obtener ulteriormente la fertilidad de esta especie, en un círculo de asociaciones mágico-religiosas entre la Pachamama y el hombre.

Esta es sólo una arista, pues algunas fuentes describen un profundo rechazo y recelo contra los indios blancos. Así, de acuerdo a Pedro Cieza León en la Crónica del Perú (1540-1550), Viracocha llegava y oviese enfermos los sanaba y a los ciegos con solamente palabra les daba vista. Sin embargo, a pesar de las buenas acciones de este hombre-dios, fue apedreado por los naturales de Cacha, a quienes Viracocha castigó con “fuego del cielo” hasta que éstos pidieron perdón, tras lo cual saliendo de allí, fue hasta llegar a la costa de la mar, adonde, tendiendo su manto, se fue entre sus ondas y que nunca jamás apareció ni le vieron.

En Chile, un registro etnográfico realizado por un antropólogo hace referencia claramente a este rechazo, casi un tabú, contra estas poblaciones descritas como blancos, con pelos más amarrillos y de caras largas, lenguaje coloquial para referirse a las poblaciones dolicoides de piel clara: Entonces salieron (de la gruta) dos personas: Un hombre y una mujer. Tiempo después, a la pareja le nació una criatura y otra, mellizos. Pero no eran morochos y oscuros como sus padres, sino blancos, con pelos más amarrillos que negros y más suaves. Entonces (los padres) tuvieron miedo del enojo de la Luna, que, como eran también amarilla (blanca?), tal vez no le gustara. Mataron, pues, a los mellizos.

Después siguieron naciendo de la pareja muchos chicos más, pero todos blancos y rubios como monstruos, tan transparentes que podía verse como corría la sangre en los cuellos. Con ojos sin color, claros, nacían estos monstruos… De miedo a Kuyen, siempre, no dejaron viva a una sola de esas criaturas, no obstante que estaban formadas como ellos mismos, salvo el color… Pero miedo y asco le daban esas criaturas desteñidas, de caras largas. Con el tiempo, vino al fin una criatura muy oscura y fea. Morocha de tez negra y de ojos, pelos oscuros y duros. Gustóles tanto que, en su alegría, le daban palmadas en la espalda con sus manos frías (...).

Este registro constata la existencia de la población dolicoide y a pesar de no explicar su origen, entrega una información fundamental sobre las características étnicas y animadversión al señalar que no eran morochos y oscuros como sus padres, sino blancos, con pelos más amarrillos que negros y más suaves. Entonces (los padres) tuvieron miedo del enojo de la Luna, que, como eran también amarilla (blanca?), tal vez no le gustara. Mataron, pues, a los mellizos.

El “enojo de la Luna” es una referencia simbólica de la última catástrofe diluvial o Gran Diluvio, conocido en la tradición araucana como Tripalafken.

Por otra parte, en Monte Albán, en Oaxaca, México, algunos bajorrelieves zapotecas patentan el sacrifico de hombres barbados. Otro tanto acontece con una estela maya de Cotzumalhuapa, en Guatemala, donde un sacerdote vestido de jugador de pelota, sostiene una cabeza humana en una mano y en la otra el cuchillo sacrificial. La cabeza es también de un hombre barbado.

 Estela maya de Cotzumalhuapa, en Guatemala, que describe el sacrificio de un hombre
barbado a manos de un sacerdote.

 Bajorrelieve en Monte Albán, en Oaxaca, México, con la representación de un barbado sacrificado.


Acaso el más explícito sacrificio de los indios blancos en el arte precolombino se encuentre en los murales de Chichen Itzá, en Yucatán, México, que describen la captura y sacrificio de estos habitantes. De modo específico, en un fragmento de estos murales se aprecia el sacrificio de un indio blanco bajo el cual se puede observar el cuerpo de una serpiente, hecho que indudablemente lo asocia al dios blanco y barbado Quetzalcóatl -evocación de la Serpiente Emplumada de la tradición mesoamericana-, héroe cultural originario de Aztlán, el mítico continente sumergido como consecuencia de la última gran catástrofe planetaria.

Rafael Videla Eissmann
1º de Septiembre de 2014


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