Los tocados cónicos son un factor característico en la iconografía de los dioses precolombinos. Se trata, en la tradición mesoamericana, del Ocelocopilli, confeccionado en piel de tigre y adornado con piedras preciosas y que corresponde a un símbolo asociado a Venus, la Patria Celeste de los “Poderosos del Cielo”, los kukulkanes-quetzalcóhuatles y que en Tierra del Fuego fueron conocidos como hówen, la raza astral que descendió del firmamento y generó las condiciones de vida en el planeta.
A lo largo y ancho del continente, es posible observar este singular emblema en las deidades civilizadoras como tocados o cascos cónicos, y que encubre en realidad la característica de los cráneos “alargados” que se encuentran en América –y por cierto, en el resto del globo–.
Con propiedad, se puede reconocer en esta insignia uno de los emblemas de los Dioses Blancos, los dioses extraterrestres de la tradición ancestral.
Ulteriormente, sus descendientes –los hijos de los ídolos de acuerdo al registro del conquistador Pedro Pizarro en la Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú (1571)– plasmarán este atributo en las distintas manifestaciones del arte precolombino, preservando así la clave del origen:
Allá se reunieron a esperar que amaneciera
y a observar la salida de la estrella que llega primero
delante del Sol, cuando este está a punto de amanecer.
“De allá venimos, pero nos hemos separado”,
decían entre sí.
(Popol Vuh. Tercera parte)
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