jueves, 1 de abril de 2021

El origen polar del hombre: La antigua concepción del arya antártico-andino


Detalle de la Terra Australis Incognita en el mapa de América de Jodocus Hondius (1618).


Hacia 1919, Roberto Rengifo, arqueólogo y profesor de Estética e Historia del Arte de la Escuela de Bellas Artes (1919) y del Instituto de Educación (1926) de la Universidad de Chile, cristalizaba en Chile una línea de conocimientos que se había iniciado con la aparición de los estudios del explorador y naturalista Francisco P. Moreno (Patagonia: Resto de un antiguo continente hoy sumergido. O el núcleo zoogénico antártico. Buenos Aires, 1882), seguidos por la magna obra del erudito Emeterio Villamil de Rada (De la primitividad americana. Cochabamba, 1876 y La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco. La Paz, 1888) y del arqueólogo Arthur Posnansky (Tihuanacu: La cuna del hombre americano. La Paz, 1945-1957, obra cuyo título original fue Tihuanacu: La cuna de la humanidad), quienes basándose en la evidencia arqueológica, geológica y en las tradiciones aborígenes –es decir, pre-indígenas–, concibieron el origen del hombre en América del Sur y su expansión a otras latitudes.

De este modo, mientras Moreno constató la existencia del Núcleo Zoogénico Antártico, región geomorfológica desde donde emanaron diversas formas de vida orgánica, Villamil de Rada comprobó la irradiación del sustrato civilizador de los anteos –los Hijos de los Andes– a partir de una extraordinaria perspectiva mitológico-filológico-lingüística. Posnansky, en tanto, constató la gran antigüedad de este núcleo andino y su difusión continental. Y Rengifo, por último, postuló el origen polar antártico del hombre y su evolución en América, de sur a norte.

Rengifo concibió el origen de este hombre en la Antártida y que constituye la raza civilizadora de los ario-andinos –o anteos– que irrumpe y puebla a Europa desde occidente –“la Gulfstream o Corriente del Golfo de México sirvió para poblar la costa de Irlanda y occidentales Europa”–.

Aun cuando Rengifo aplica la noción evolucionista, su observación difiere de la ortodoxia antro-arqueológica e historiográfica pues el génesis del hombre no se haya en África sino en el extremo sur de América Austral y la Antártida.

Y no se trata del Homo africanus sino de la humanidad blanca y clara.

Son los chiliches –los cauques-chilis, o chiles–, conocidos posteriormente en el altiplano andino bajo el epíteto de viracochas –los huara-cocha-ché, “los semidioses encargados de educar al mundo”– y en Mesoamérica como quetzalcóatles-kukulkanes.

Los Dioses Blancos de América.

Es la humanidad blanca pre-nórdica, los arios, irradiados a escala global. Su expansión explica la similitud de símbolos, mitos, construcciones megalíticas y la presencia de los restos de cráneos dolicocéfalos –el tipo arya de India y el Tíbet y el Cro-Magnon de Europa–.

Así, inicialmente, en la Sesión General de la Sociedad Científica realizada el 29 de Diciembre de 1919 en Santiago, el profesor Rengifo sostuvo que el origen de la humanidad estuvo en el casquete polar antártico, y que habiéndose dislocado y hundido en parte este casquete, arribó la gente primitiva al extremo sur de Patagonia y Tierra del Fuego.

Esta extraordinaria concepción se ha basado en sus estudios arqueológicos, rupestres, etnohistóricos y en antiquísimas fuentes parcialmente esbozadas como en el poema épico del cronista y soldado Alonso de Ercilla y Zúñiga, La Araucana (1574):

Chile, fértil provincia señalada / de la región antártica famosa de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, ni a extranjero dominio sometida…

Más aún: Rengifo expresó en El papel del territorio de Chile en la evolución de la humanidad prehistórica (1935) que ha recurrido a lo escrito hace 18.000 años en roca dura con cincel en las cordilleras de mi mismo país [Chile]. Así he determinado lo que fue nuestra tierra, lo que la humanidad le debe a su esfuerzo y cómo fue la Primera Patria del Mundo.

Este es el Secreto de la América Aborigen: La existencia de un sustrato civilizador que emanó de la región polar antártica, irradiándose desde el sur por América para luego expandirse por el resto del planeta. A este respecto, Rengifo determinó que desde el norte de Chile los chilis se extendieron al oriente, Chalingasta, y después al norte. Se les denomina hoy diaguitas y, más propiamente, dihuitas. Llegaron hasta el Chiria en el norte del Perú. Después, en plena cultura y en posesión de los metales, ocuparon todo Chile hacia el sur, hasta Chiloé y hasta Magallanes, y dieron vuelta por el Estrecho, difundiendo la cultura en el mundo, y especialmente en el Báltico y en el Mediterráneo.

Este sustrato civilizador corresponde en términos craneológicos al grupo dolicocéfalo; a los paleoamericanos según la cronología historiográfica y a los indios blancos conforme a los mitos prehispánicos que luego fueron vertidos en crónicas y posteriormente en numerosos registros etnohistóricos. Los indios blancos son los descendientes de los Dioses Blancos, los “héroes culturales” que impulsaron las bases de las civilizaciones de América-Huitramannaland, reflejo a su vez de una cosmovisión trascendente –el “sentido de la tierra”–.

La fundamental idea del profesor Rengifo en torno al origen antártico del hombre conforma la base del Dasein –es decir, del «ser-ahí», «ser en el mundo», LO EXISTENTE–, en su sentido más profundo y esencial, apenas vislumbrado por la pysché del mundo moderno pues se remonta, o engloba, a la primordial concepción del arya antártico-andino emanado del Polo Sur –herencia de la sabiduría del Háin del Clan de la Rama Sagrada y de los míticos hombres-dioses de la tradición sagrada lituche-araucana–.

La concepción de Roberto Rengifo es sencillamente, EL MÁS GRANDE PENSAMIENTO, comprendiendo a Σοφία (“Sabiduría”), Παιδεία (“Cultura”) y Φύσις (“Naturaleza”) –el “ser del hombre”–.

Y este pensamiento se proyecta a través de la arqueología, la historiografía, la antropología y la filosofía como inicio y fin de una concepción trascendental del hombre y de la totalidad de la historia –el “valor vital”–.

Rafael Videla Eissmann
26 de Marzo de 2021


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