lunes, 2 de enero de 2012

Los viracochas, los Dioses Blancos de América

Izquierda: Divinidad andina. Nótese que sus ojos han sido representados de color azul con lapislázuli. Derecha: Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, dios blanco y barbado, en una representación de la cerámica de Teotihuacán.


En sus estudios que llevan por título El Secreto de la América Aborigen (1921) y El papel del territorio de Chile en la evolución de la humanidad prehistórica (1935), el profesor Roberto Rengifo propugnó el origen polar antártico del hombre, en una época prediluvial, es decir, anterior a 13000 años. De hecho, Rengifo estableció que el archipiélago antártico, era por entonces decenas de miles de años atrás, el gran centro de la humanidad blanca y clara, desde donde migraron por las costas de América, en sus barcas, hacia el norte.

Como fundamento de este aserto, Rengifo cita significativamente a La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla y Zúñiga, quien da cuenta en los siguientes versos de:

“Chile, fértil provincia y señalada,
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada,
por fuerte, principal y poderosa”.

Este grupo prediluvial corresponde a los primigenios habitantes del continente, es decir, a los aborígenes, quienes antecedieron al poblamiento de los grupos procedentes de distintos puntos de Asia -es decir, a las poblaciones que posteriormente se denominarán como indígenas-. Este primer sustrato se vio drásticamente mermado tras la última gran catástrofe planetaria o Diluvio, según dio cuenta Hans Hörbiger en la Cosmogonía Glacial (1913), hecho confirmado por la Unión Geofísica Americana de 2007, emprendiendo extensas migraciones transcontinentales, alcanzando a Eurasia en épocas no registradas por los anales históricos. La evidencia de sus huellas se encuentra en los símbolos y en las construcciones megalíticas.

En ese sentido, el historiador chileno José Toribio Medina en su obra Los Aborígenes de Chile (1882), señaló que en la noche de los siglos moró en Chile una raza de hombres que dejó las huellas de su paso escritas en el granito de los Andes, y que se supone desaparecida a consecuencia de los grandes cataclismos que en una época geológica reciente ha debido experimentar este continente.

Sin embargo, la emigración desde América no fue total, quedando remanentes de este grupo, quienes fueron ulteriormente presenciados por numerosos europeos del tiempo del Descubrimiento, la Conquista y la Colonia, incluso, por numerosos testigos en el transcurso del siglo XX. Ellos fueron los denominados “indios blancos” y los “barbados” que figuran en numerosas crónicas y fuentes etnohistóricas prácticamente en toda la geografía americana, descendientes de los Viracochas o Dioses Blancos, los dioses civilizadores.


Representación de un hombre barbado en uno de los palacios de Lambityeco, cerca de Oaxaca, en México.


Los “indios blancos” aparecen en las crónicas de Américo Vespucio, José de Acosta, Pedro Cieza de León, Felipe Guamán Poma de Ayala, el Inca Garcilazo de la Vega y Pedro de Valdivia, entre otros.

Por ejemplo, en la Crónica del Perú (1551), Pedro Cieza de León ha indicado que los chachapoyas eran indios blancos cuya hermosura era digna de soberanos cuyos ojos eran azules, los cuales eran más blancos aún que los mismos españoles.

O bien, el historiador y cronista Antonio de Herrera y Tordesillas en su Descripción de las Islas y Tierra Firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales (1622), ha referido que la región de Reino de Chile es muy poblada de indios blancos, y está situado en las riberas de la Mar del Sur, que es mare magnum, que se incluye entre su costa y la de la China.

Izquierda: La Dama de la Máscara, momia wari de ojos azules encontrada en la Huaca Pucllana en Lima, Perú. Derecha: Guerrero imperial azteca. Figura perteneciente a la colección del Museo Chileno de Arte Precolombino. Los rasgos fisonómicos corresponden a un “indio blanco”.

El octavo inca, Viracocha Inga, de acuerdo a La Crónica del Buen Gobierno de los Incas (1583-1615) de Felipe Guamán Poma de Ayala. Es un inca barbado.


El antropólogo Paul Rivet, en Los orígenes del hombre americano (1943), ha explicado que los documentos relativos a hombres barbados abundan en las representaciones precolombinas de México (Tabasco, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Valle de México, Yucatán, Chiapas), de Guatemala, de Honduras (Copán), de El Salvador, de Nicaragua, de Costa Rica, de Panamá (Coclé), del Alto Perú (región de Tiahuanaco) y del Bajo Perú, donde son frecuentes desde los orígenes de la civilización Chimú y tal vez desde los de la civilización Nazca. El dios maya Itzamná aparece muchas veces representado con bigote y barba.

Por otra parte, los viajeros han señalado repetidas veces la presencia de hombres barbados entre las poblaciones indias, sin que este carácter pueda explicarse por un mestizaje con los invasores blancos.

Más aún, Rivet reconoció que lo cierto es que, en muchas regiones, la tradición conservaba el recuerdo de hombres blancos y barbados que habían precedido a las poblaciones actuales, especialmente en Perú, en la región de Guamanga y en las islas del Titicaca.

Los “indios blancos” fueron los descendientes de los Dioses Blancos, los “ídolos”, o divinidades civilizadoras, como los viracochas del lago Titicaca, descritos como blancos y barbados, siendo el más conocido, Kon-Tiki-Viracocha. Ellos fueron los constructores de la ciudad prediluvial de Tiahuanaco, la famosa “Metrópolis de los Viracochas” de acuerdo a Edmund Kiss, prodigio arquitectónico y astronómico de América.

Algunos de los nombres de los viracochas preservados en las tradiciones aborígenes son Trome, Tauapácac Ticci Viracocha, Kontikiviracocha, Tunupa, Bep-Koroti, Hyustus, Parr, Avaré Sumé, Amalivaca, Quetzalcoatl y Kukulkan.

Rafael Videla Eissmann
1° de Enero de 2012.


La calavera de cristal

Izquierda: La calavera de cristal descubierta en Lubaantun, Honduras (hoy Belice) por Anna Hedges en 1924, hija del explorador Frederick Albert Mitchell-Hedges. Un hecho fundamental que se ha pasado por alto sobre esta singular pieza precolombina son las características dolicocéfalas del cráneo. En un estudio de National Geographic (2011) que buscaba comprobar la autenticidad o no de la pieza, la experta en arte forense del Departamento de Ciencias Forenses de la Universidad Estatal de Pensilvania, Gloria Louise Nusse, basándose en los patrones inherentes del cráneo que se proyectan en las partes blandas del rostro, obtuvo una fisonomía aproximada. El resultado -derecha- describe a una mujer con claro fenotipo europeo, lo que en teoría imposibilitaría que esta calavera haya pertenecido a la cultura maya y que fuese realizada en torno a 3600 años atrás. Ciertamente, el fenotipo “europeo” no encaja con la “visión” impuesta y generalizada del “tipo americano”, y en consecuencia, se descarta fácilmente su origen americano. Sin embargo, como lo indican las crónicas y como lo prueba la evidencia arqueológica, sí hubo poblaciones de indios blancos, descritos con rostros alargados y cabellos claros.


El hombre de Kennewick

Izquierda: El cráneo del denominado “Hombre de Kennewick”, descubierto en Julio de 1996 en Kennewick, en el estado de Washington, Estados Unidos. El arqueólogo James Chatters ha indicado que se trataría de un hombre de 40 a 55 años, con una altura de 1,70 m a 1,76 m y, basándose en los patrones de los restos óseos, ha determinado que se trata de un hombre con apariencia “caucásica” (Derecha). Conforme a los cálculos radiocarbónicos, tendría una antigüedad de 9300 años. Ciertamente, este “fenotipo caucásico” generó grandes debates y fuertes controversias en la comunidad antropológica pues estos restos replantearían no sólo la cronología del poblamiento americano sino también el “tipo” de habitantes que hubo en el continente en tiempos precolombinos. La controversia se basa en el desafortunado hecho que se estableció un exclusivo fenotipo aborigen, ignorándose las informaciones entregadas en las crónicas y en la iconografía del arte precolombino que constatan la existencia de los indios blancos (Emmanuel Laurent/Eurelios/Science Photo Library).


* Anticipo del libro El origen polar antártico del hombre y la civilización prediluvial americana. Las huellas de los Dioses Blancos. La historia prohibida del continente, de Rafael Videla Eissmann.

Claves rúnicas

El templo astronómico de Stonehenge en Inglaterra.


La runa Man es también la runa del hombre,
y así es la runa del ser humano
que conecta el mito de Mannus
como el hijo de Tuisko.
Guido von List


Los monumentos megalíticos encontrados en Europa y Asia, tales como menhires, dólmenes, cromlechs y hünengraber, corresponden a manifestaciones culturales de la Edad de Piedra. Sin embargo, su origen, su real antigüedad y la forma en que fueron erguidos, son y posiblemente siempre serán, un enigma.

Tradiciones indoeuropeas las vinculan a la fertilidad y a los ciclos vitales; también, al culto de los ancestros. Se han comprobado asimismo claves astronómicas, especialmente asociadas a los solsticios y equinoccios y por ello, con específicas corrientes telúricas o geománticas.

De acuerdo al arqueólogo Carl Schuchhardt, los menhires se relacionan con el denominado círculo de la “creencia de las almas” por su cercanía a los hünengraber o “lechos de gigantes”.

La palabra menhir proviene del antiguo bretón y significa “piedra erguida”, siendo en realidad, un concepto tardío del significado rúnico primigenio Man e Yr, es decir, Man-Yr, Man-Ir, Men-Ir, Men-h-ir, aludiendo con ello a las ideografías del ascenso y el descenso del hombre, respectivamente, a la “vida” y “muerte”, confirmando, en consecuencia, su asociación con los ciclos vitales y al culto a los antepasados.

La runa Man y la runa Yr, respectivamente.


Estas construcciones megalíticas se encuentran también en el continente americano, hecho que refuerza la idea de la presencia de un grupo cultural primigenio que se desarrolló a escala planetaria o bien, que debido a extensas migraciones, abarcaron amplias regiones del globo.

La runa Is, plasmada en la piedra, símbolo de un eje telúrico. Izquierda: Menhir en Millstreet
y Ballinagree, en County Cork, Irlanda. Derecha: Menhir de Huaricanga, Perú.


Significativamente, antiguas fuentes nórdicas refieren a América como Huitramannaland, es decir, White-men’s Land o tierra de los hombres blancos, o la Gran Irlanda (“Great Ireland”) -en clara distinción a la isla británica de Irlanda-.

Gran Irlanda es también un concepto rúnico: La tierra de Yr. Esto es, la tierra del “descenso” del hombre; lo que equivale a decir su aparición en la tierra (América).

Rafael Videla Eissmann
Solsticio de Invierno, 2011.

La runa Ur-Ru, del “comienzo” y del “final”. Izquierda: Dolmen de Poulnabrone, en Irlanda.
Derecha: Dolmen en North Salem, New Hampshire, Estados Unidos.